Para lo bueno y para lo malo el futbol suele convertirse en espejo de la sociedad.
Ahí donde existe esperanza de paz y reconciliación, el balón puede ofrecer efectos terapéuticos, sanadores, incluso cauterizadores. Ahí donde lo que se mueve bajo la superficie es podredumbre, el balón no tiene más que reflejar intolerancia, odio, revanchismo.
Visto así, sería de ilusos extrañarse ante una revelación llegada desde las islas británicas: que en el último año se elevó el racismo en los estadios hasta en un 50 por ciento.
Lo que años atrás lucía absurdo y propio de épocas remotas, vuelve con fuerza. En tiempos en los que las redes sociales se ratifican como escenario de la peor película distópica (¿Mad Max?), cuando la descalificación y la cerrazón son modos de vida, cuando los políticos lucran con la insistencia de que todo pasado fue puro y mejor, cuando nos limitamos a leer informaciones que coincidan con nuestro preciso y muy distorsionado enfoque, cuando resulta tan cómodo culpar de todo a quienes lucen diferentes en apariencia, costumbre o religión, las gradas hacen eco.
El racismo iba notablemente a menos en el futbol a fines de los noventa. El hooliganismo ochentero daba sus últimos coletazos, lo mismo que el extremismo político sirviéndose del deporte. Nos habituábamos a ver alineaciones multiculturales, producto no sólo de la Sentencia Bosman (que abolió el límite de comunitarios a partir de 1996), sino también de sociedades europeas que al fin se aceptaban como mosaicos de procedencias. Abuchear a un jugador negro, árabe, eslavo, latino o de donde fuera, implicaba un balazo al pie, asumiendo que cada equipo contaba con elementos de toda etnia y continente. Eso mientras imperó en ese sentido la congruencia. Todo cambió cuando se hizo permisible aplaudir a un futbolista africano propio y gemir como chango para atacar al rival. Tendencia en la que estamos instalados, nada raro considerando que en las redes es común leer consignas supremacistas y homofóbicas hasta ante los posteos menos provocadores.
Esa alza de 50 por ciento sólo representa a Inglaterra. Recordemos que Italia se halla atascada en la discriminación, así como España va también coleccionando incidentes de este tipo y tanto Alemania como Holanda ven crecer la presencia neonazi en sus estadios.
Es el mundo de hoy y el futbol, ni culpable ni inocente, se limita a reflejarlo. ¿O vamos a esperar que todos se abracen en una tribuna cuando en la sociedad impera la confrontación? Los milagros son de otra era. A falta de varitas mágicas, esto apenas se resuelve con educación… justo el problema cuando en buena parte del mundo desde el poder se educa para odiar, estigmatizar y culpar.
Twitter/alberolati