Desde 1988, la izquierda mexicana viene arañando un posible triunfo en elecciones presidenciales. En aquél entonces, con reglas e instituciones electorales débiles, quedó la sensación generalizada de que Cuauhtémoc Cárdenas pudo haber ganado sin que jamás se sepa cuál fue el resultado real de la votación.
El empecinamiento de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 fue quizá la principal causa de que en las elecciones presidenciales de 1994 y 2000, el PAN fuera el rival más competitivo. En 2006 de nuevo, con un candidato arriba de las encuestas todo el tiempo, la izquierda se quedó a nada de ganar. Unos siguen acusando fraude y robo, por el estrecho margen con que ganó Felipe Calderón, y otros aseguran que Andrés Manuel López Obrador, candidato de la izquierda, no supo perder. El hecho es que hubo una elección cerrada que él no reconoció.
En 2006, López Obrador estaba en la cúspide de su popularidad. Más que por su forma de gobernar el Distrito Federal, López Obrador se había sabido meter en la agenda nacional. Es cierto que generaba temores y que se utilizaron campañas mediáticas para desprestigiarlo, pero también es cierto que mientras se le cuestionaban cosas del Distrito Federal, él utilizó su cargo para entrar en la agenda nacional.
De la noche a la mañana el gran líder social perdió buena parte de sus seguidores. Unos apoyaban la idea de resistirse al fraude a través del plantón de Reforma, y otros se avergonzaban de haber votado por él. Con el paso de los años, la mayoría de los que se encontraron en este último supuesto terminaron por perdonarlo. Mientras algunos lo siguieron viendo como “Un peligro para México”, otros que nunca hemos sido partidarios de él, lo empezamos a ver como una posibilidad interesante de cimbrar el sistema político.
En mi caso personal, en algún momento me debatí entre votar por López Obrador o anular mi voto (finalmente recurrí a esta última opción, mediante el voto por un candidato no registrado ficticio). Así como me arrepiento de haber votado por Felipe Calderón en 2006, temía arrepentirme de hacerlo por López Obrador esta vez. Una parte se debía a su débil programa económico y otra parte tenía que ver con lo que ocurrió, el desconocimiento del resultado.
De haber ganado las elecciones López Obrador, habría sido un día inolvidable. Pero al haber perdido, como ocurrió, las posibilidades de un López Obrador reconociendo el triunfo de su rival eran casi nulas, como ahora lo comprobamos.
En Jalisco vemos a un digno representante de la izquierda, Enrique Alfaro, con un resultado extraordinario pero insuficiente para ganar las elecciones, reconociendo el triunfo de su rival y denunciando las irregularidades que hubo en el proceso. En López Obrador vemos, de nuevo, el uso tendencioso de las instituciones electorales: si gano, les creo; si pierdo, las denuncio.
En momentos como este, López Obrador pareciera palafrenero de la élite gobernante, controlando a las masas para que la izquierda no gane. Bloqueó la posibilidad de una alianza en el Estado de México, debilitó al PRD tras el plantón en Reforma, y ahora que la izquierda se muestra recuperada, que gana las elecciones en Morelos, que arrasa en el Distrito Federal, pareciera que su misión es impedir que en 2018 el triunfo no sea de la izquierda.
En este momento la izquierda tendría que canalizar todo el descontento por el regreso del PRI, para así convertirse en la única alternativa anti PRI en el 2018. El desconocimiento del resultado, contundente ahora sí, que da a Enrique Peña como ganador (con el apoyo de Televisa o sin éste) se convierte desde ahora en el primer obstáculo para que la izquierda gane en 2018. ¿Será esa la misión de López Obrador? ¿Tendrá miedo de que Marcelo Ebrard sí pueda lograr lo que él no pudo en 2006 y 2012? Nadie sabe para quién trabaja.
@GoberRemes