En medio de estos días que parecen durar semanas, las redes sociales rompieron su concentración total en la pandemia con un tweet.
La máxima autoridad de la gimnasia estadounidense, US Gymnastics, subió un mensaje desde la candidez, como si su consciencia estuviera de lo más limpia.
“¡Feliz cumpleaños a la gimnasta más laureada de todos los tiempos, Simone Biles! Sabemos que continuarás sorprendiéndonos y haciendo historia”. La respuesta de la diosa de Río 2016 y máxima medallista en Mundiales, brotó al cabo de un par de horas: “¿Qué tal si ustedes me sorprenden a mí y hacen lo correcto? Hagan una investigación independiente”.
Larry Nassar, el monstruoso médico que abusó de más de 150 adolescentes, ya está cumpliendo cadena perpetua. Sin embargo, eso no cierra un tema con mucho, muchísimo más fondo. El peor escándalo de acoso y violación que haya sufrido el deporte (por ende, el asunto más grave que en general el deporte haya padecido), no pudo suceder sin que nadie se enterara u osara denunciarlo.
Por años y años, incluso por más de dos décadas, el espeluznante Nassar utilizó su autoridad para destrozar vidas sin que alguien se interpusiera. Abuso de tantísimas (algunas tan célebres, otras tan anónimas) como para que alguien tuviera las agallas de ponerle un freno… y no, el freno en estos casos no suele surgir desde quien ha resultado abusado.
Por eso Biles insiste en que no se de carpetazo al escándalo. Por eso la también aclamada gimnasta, Aly Raisman, de inmediato apoyó su exigencia. Porque el órgano más importante de la gimnasia en ese país pretende zanjarlo todo con un acuerdo económico. No conducir una auténtica investigación permitirá, básicamente, que algo así vuelva a suceder. Si esos más de 200 millones de dólares son repartidos, representarán la semilla para nuevos abusos.
¿Quién no vio y quién no quiso ver? ¿Quiénes permitieron que ese pederasta se amparara en su licencia médica y dispusiera de tanto tiempo a solas con las chicas, sin revisiones, en la más siniestra impunidad? ¿Quién debía supervisarlo y obvió consciente o inconscientemente su responsabilidad? ¿Qué dicen los documentos que siguen clasificados?
Lo cómodo es culpar de todo a Nassar y autopersuadirse de que con eso basta. Lo imprescindible es que un ente autónomo estudie a fondo su modo de operación y detecte los organismos que no supieron cuidar a esas niñas, las grietas en el sistema, los cómplices, los pusilánimes que cerraron la boca.
Como imagen a reproducirse al infinito, la de un padre de familia en el juicio contra Nassar en 2018. Su única petición, su ruego, es que le dejen unos instantes a solas con él (“Pido, como parte de la sentencia, que me concedan cinco minutos encerrado a solas con el demonio”). El juez, como es de suponerse, explica al destrozado hombre que eso no resulta posible “Así no es como funciona nuestro sistema de justicia”, le contesta). El papá medita un par de segundos y entonces arranca buscando recorrer los metros que le separan de quien abusó de sus tres hijas, para ser sostenido por policías cuando iba ya preparando los puños.
No hay cantidad de dinero que devuelva la paz a todos quienes sufrieron la perversidad de Nassar. Algo, acaso un mero respiro, llegará si y sólo si se emprende esa investigación exigida por Simone Biles.
Twitter/albertolati