Rodolfo Vázquez es sobre todo, una académico de los clásicos, es decir, aquellos que viven en todo momento en el gimnasio del pensamiento. Fortificado, el de Rodolfo Vázquez se puede leer en su reciente libro, Consenso socialdemócrata y constitucionalismo, editado por Fontamara y el ITAM.
Durante múltiples conversaciones que he tenido la fortuna de sostener con el autor, siempre florece un ánimo socialdemócrata. Un espacio ausente en nuestro espectro ideológico.
Una de las tesis iniciáticas de su reciente libro, es sobre la humillación que los ciudadanos reciben por parte de las instituciones y, sobra decir, que también de los propios ciudadanos. ¿Dónde están los socialdemócratas?
La derecha humilla a los ciudadanos porque no les reconoce su libertad íntima; la izquierda nacionalista y populista asegura que someterá a referéndum absolutamente todo: los condones, la homosexualidad, el aborto.
La socialdemocracia no llega a México. Razón suficiente para declararla desaparecida o no nacida. Pasan los años y nos hemos acostumbrado al autoengaño de que sí, que la transición de la democracia ya culminó y como péndulo impedido de oscilar, no hay nada por conocer.
Socialdemocracia, estado de gracia para la libertad que se potencia desde el ámbito privado. Tal vez sea el estado enajenante el que haya creado la aspirina de la satisfacción por la oferta miserable del espectro político que se nos ha ofrecido en los últimos 25 años.
Los ensayos son los mejores intérpretes estéticos del tiempo (siempre y cuando estén bien escritos, y sobre todo, bien iluminados); cubren la brecha entre el ánimo por conocer y la comprensión. Por ello, nada más placentero que encontrarme con un libro de Rodolfo Vázquez, mi filósofo de derecho de cabecera, para encontrar en él (libro) una salida de emergencia que me ayude a abandonar el estado político híper caótico de confusión al que me arrojó la elección del pasado primero de julio.
El título del libro puede ser un potaje de provocación, ilusionismo, surrealismo y fetichismo: Consenso socialdemócrata y constitucionalismo (Fontamara e ITAM, 2012). O en qué otro tipo de atmósferas pueden incrustarse algunas de las siguientes piezas extraídas de su texto: Consenso, Sociedad decente, la manipulación o ideologización se minimizan en proporción inversa a la calidad educativa de la ciudadanía, interrupción de la movilidad intergeneracional, legitimidad de instituciones democráticas, entre otras palabras, que por momentos ilusionan, pero cuando el golpe de la realidad llama a la puerta, se convierten en conceptos mágicos por su lejanía.
Vázquez elige a Avishai Margalit para esbozar, a mi entender, el estado de salud de la democracia mexicana: “¿Qué es una sociedad decente? (…) es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas. Y distingo entre una sociedad decente y una civilizada. Una sociedad civilizada es aquella cuyos miembros no se humillan unos a otros, mientras que una sociedad decente es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas”. Al respecto dice Vázquez: “Las instituciones y las autoridades públicas “no humillan” cuando satisfacen las expectativas ciudadanas.
Derivo de las siguientes palabras de Vázquez en la conciencia del México sin socialdemócratas al frente de cualquiera de los gobiernos en turno: “(…) Estados cuyas instituciones y sus funcionarios viven al amparo de la corrupción, el servilismo, la violencia, la complicidad y la más absoluta impunidad. Y si bien el estado de degradación moral y política no es atribuible en exclusiva a las autoridades, y es legítimo que se piense en alguna participación de la ciudadanía en general, toca a los primeros cargar con la responsabilidad que supone detentar el poder público”.
Y sí, la palabra humillación se asimila al PRI, PAN, PRD, Movimiento Ciudadano, Partido del Trabajo, Partido Verde y sucedáneos vinculantes. Después de la humillación viene la celebración, lo mismo para el ganador como para los perdedores; desde el ángulo presupuestal, en el sistema político mexicano difícilmente existe la derrota. Las porciones financieras se pueden llegar a minimizar pero por pequeñas que sean alimentan al órgano de la incompetencia. En cuanto a la invasión de la privacidad, también el sistema político humilla a los ciudadanos.
Desde la píldoras a las minifaldas; la fonética escandaliza a los “líderes” de los partidos. El laicismo como aspirina para la domesticar a la imaginación. De la derecha no se espera un grado de no-humillación. De la izquierda se esperan elevados gramajes de humanismo. Se recibe, a cambio, humillación presuntuosa: “Respetaré a la ley”. Referéndum sobre el sexo; referéndum sobre los condones; referéndum sobre el transexualismo; referéndum sobre las píldoras del día después y la del nunca más.
La humillación es el producto más exitoso de nuestra democracia. Hay que reconocerlo.
Rodolfo Vázquez describe la posibilidad de un suicido de la democracia cuando los técnicos se quedan con el control de la política. Cuarto de máquinas estetizado por pantallas que dibujan en tiempo real las curvas de oferta y demanda; maximizar beneficios, minimizar costos. Aquí comienzan las hazañas de los superhéroes tiranos que dominan a la mayoría. Los apóstoles del mercado a ultranza, escribe, terminan borrando “los rostros de la injusticia”.
¿Cómo terminar con la humillación? Vázquez asegura que una sociedad decente debe de ser el preámbulo de una sociedad justa. Aquí veo el salto cualitativo que produce el autor, porque los liberales, para él, pueden estar comprometidos con “la justicia de los ciudadanos y al mismo tiempo no se sientan responsables de la humillación hacia personas que no cumplen con los criterios de pertenencia a dicha sociedad, pero que, por muy diversas razones legítimas, viven en ella”.
Curioso y al mismo tiempo premonitorio. Vázquez escribe sobre la comunicación publicitaria que los gobiernos deben de utilizar para transparentarse. Repito, transparentarse, no para manipular. Informar sobre el sentido de sus decisiones. ¿Difícil ubicar la frontera?
Para ello, el autor construye un eje en cual correlaciona a la racionalidad con la democracia. A mayores dosis de la primera se fortalece la segunda; caso contrario arroja a una democracia anémica. Sin racionalidad lo mejor es no hablar de democracia. El ideal, reconoce, choca con lo que Habermas llamó la “refeudalización de la opinión ciudadana”.
En efecto, la información pasa por el filtro de los intereses. Ideologizada, asegura Vázquez; monitorizada, digo yo. Uno de los ejemplos recientes, nos lo puede aportar alguna de las empresas encuestadoras, y sus bufones que las gritaban a los cuatro vientos.
No existen los derechos humanos para la opinión pública que ha sido violada de manera sistemática; no existe la medición justa para determinar el grado de hipnotismo que provocó la híperpublicidad del ganador.
La izquierda populista sentencia que la manipulación mató a la razón. Todos hipnotizados acudimos a cruzar el logo tricolor. De ser así, todos seríamos parte del mainstream. Nuestras capacidades se medirían a través del rating. Como le sucede a Tom Cruise o Jorge Negrete. En México, y para apoyar la tesis de Habermas, los líderes de opinión sí forman parte del maistream. Sus palabras se monetarizan. Sus guiños también contienen puntos de rating.
Entre el Estado y la ciudadanía, la comunicación se distorsiona y quien paga los platos rotos es la opinión pública. Aquellos que intentan construir el fraude electoral a través de las tesis fílmicas de Orson Welles.
Rodolfo Vázquez a través de Consenso socialdemócrata y constitucionalismo marca una hoja de ruta para viajar de la humillación hacia la socialdemocracia. El equipo básico que debe de obtener el viajero aventurero no incluye al nacionalismo populista ni tampoco la pizarra (mapa fundamentalista) donde aparecen las curvas de la oferta y la demanda donde se maximizan utilidades y minimizan costos.
El viaje, debe de incluir los utensilios básicos qu22e aseguren las decisiones íntimas. El vehículo es la ley.
Buen viaje Rodolfo.
@faustopretelin