Pranab Mukherjee, elegido hoy presidente de la India, inspira tanto respeto que, según dicen las malas lenguas, Sonia Gandhi no quiso en 2004 que fuera su primer ministro por miedo a que hiciera sombra política a la familia más poderosa del país.

 

Pero este bengalí de 76 años tiene ahora una oportunidad de dejar atrás esa frustración -públicamente reconocida- con su elección al puesto simbólico más importante del país: la Presidencia, desde la que probablemente pasará a la jubilación tras décadas en primera línea de la política india.

 

Fiel a los Gandhi, Mukherjee puede hacer gala de una experiencia política que pocos en el país igualan, apoyada por la histórica presencia en las instituciones que ha tenido su formación, el Partido del Congreso, la fuerza dominante desde la independencia de la India.

 

Desde 1969, fecha de su entrada en el Parlamento, Mukherjee ha hecho casi de todo, ya fuera al frente, sucesivamente, de los Ministerios de Exteriores, Finanzas o Defensa, o decidiendo los planes económicos del país en la Comisión de Planificación.

 

Considerado el “eterno número dos” del Partido del Congreso, el veterano todoterreno bengalí dio un paso en falso cuando, nada más morir Indira Gandhi (1984), se postuló ante su hijo Rajiv para el cargo de primer ministro en funciones hasta la elección de un nuevo candidato.

 

Tal sugerencia le costó la desconfianza de Rajiv, que se coronó como nuevo jefe del Ejecutivo, y llegó a suponer su salida durante tres años del Partido del Congreso, aunque luego ambos se reconciliaron y dieron un carpetazo a sus “malos entendidos”.

 

Y en las últimas legislaturas, este hombre que fumó en pipa hasta hace algunos años se ha convertido en el “solucionador de problemas” del Gobierno, a la cabeza de la casi la mitad de los paneles de ministros encargados de poner en marcha la legislación.

 

Sus cinco décadas de experiencia le han granjeado el respeto y reconocimiento del principal partido de la oposición, pero su gestión no ha estado exenta de controversias por su supuesta relación con el importante grupo industrial indio Reliance.

 

En el plano puramente político, Mukherjee conjuga su inglés de marcado acento con una oratoria brillante, un sentido del humor agudo y una memoria fotográfica que no duda en utilizar durante las arduas negociaciones políticas indias, según distintas fuentes.

 

Mukherjee nació en el año 1935 en una familia de clase media en la región de Bengala, en el noreste de la India, y ejerció como profesor y periodista antes de decidirse a entrar en política dentro del socialista y laico partido de la familia Gandhi.

 

En la legislatura actual ha sido ministro de Finanzas, un cargo que ya desempeñó en 1982, pero es a la vez considerado parte de la cúpula de poder formada por la líder del partido, Sonia Gandhi, y del primer ministro, Manmohan Singh.

 

“Si no fuera por Pranab Mukherjee, el Gobierno de la India no duraría ni un día”, reconoció en una ocasión uno de sus rivales políticos, Lal Krishna Advani, a la cabeza de la oposición.

 

Quienes le conocen destacan su mente activa y su capacidad de trabajo, y él mismo se encargó de confirmarlo diciendo, hace algunos años, que apenas lograba encontrar tiempo para su familia y que a menudo se limitaba a darle a su esposa un beso de buenas noches.

 

Mukherjee tiene dos hijos y una hija -el mayor, de nombre Abhijit, ha entrado en política- y de él se dice que nunca se va de vacaciones, aunque su entrada en el palacio presidencial traerá aparejada una razonable cantidad de viajes al extranjero.

 

Y su candidatura presidencial desmiente su propio propósito de retirada, expresado hace solo unos meses cuando los medios indios empezaban a especular sobre si el próximo jefe del Estado iba a ser este menudo veterano de gruesas gafas.

 

“Cuando acabe esta legislatura -dijo-, tendré 79 años. Quizá es tiempo de descansar un poco. Me iré a mi estudio, donde he reunido un gran número de libros que no he tenido el tiempo de leer”.

 

Antes, por lo que parece, deberá llevárselos consigo al palacio del Rashtrapati Bhavan, una residencia de la era imperial británica con 340 habitaciones, situada en lo alto de las colinas delhíes de Raisina, dominando la sede de las principales instituciones indias.

 

Desde allí, su misión como decimotercer presidente de la India, será la de velar por la salud de la muchas veces imperfecta, aunque “vibrante” -según él mismo definió en declaraciones a Efe en una ocasión- democracia india, la mayor del planeta.