Hace más de diez años que México importó los efectos negativos de una crisis global y más de 25 desde que este país provocó una crisis que exportó a muchos otros mercados.
Después de diez años de crecimiento continuo, México se enfrentó el año pasado a una recesión. Una baja ligera, pero al fin baja, de -0.3% del Producto Interno Bruto.
Ya enfrentábamos las consecuencias económicas de una serie de malas políticas gubernamentales cuando llegó la pandemia a descomponerlo todo y en todos lados. Los efectos globales serán, en términos humanos y económicos, desastrosos.
Pero el varapalo será diferente para cada país. En especial México no saldrá tan bien librado porque su economía ya estaba enferma antes del primer caso.
Llama la atención que, para el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, hoy sea un problema financiero mayor la pandemia que la situación de Petróleos Mexicanos.
Es cierto que la Covid-19 ha tenido efectos devastadores para la economía mundial. Los matices vienen en la respuesta individual y ahí México ha sido altamente ineficiente. Pero como sea, para el coronavirus ahí viene la vacuna, para el desastre que es Pemex no hay remedio.
La mala situación de Pemex es estructural, es un problema local y está a punto de provocar efectos también devastadores para las finanzas públicas. Desde la perspectiva de la hacienda pública la condición de la petrolera y su impacto en la economía mexicana, debería ser la preocupación principal.
Uno de los primeros efectos que puede provocar Petróleos Mexicanos en las finanzas del país sería una degradación crediticia de la nota soberana del país, por parte de las firmas calificadoras más importantes del mundo.
Hoy sabemos, porque así lo dice el secretario de Hacienda, que hay negociaciones con estas firmas para defender la calificación. Deben ser, más que intercambios comerciales, un ir y venir de información para convencerles que el panorama no es tan desalentador como se pinta.
Llama la atención que el secretario Herrera, quizá como para curarse en salud de la degradación que viene, diga que estas firmas calificadoras sobre reaccionan y que entonces descalifican por adelantado para evitar problemas como los del pasado.
Y es que, ciertamente, en la crisis sub prime de 2008 estas firmas no adelantaron lo que después fue obvio. Que esos papeles chatarra que circulaban libremente en los mercados de Estados Unidos merecían una calificación de papel basura y no las máximas notas que tenían.
Ahora, como decía la abuela, como se quemaron con la leche, le soplan al jocoque y no se arriesgan. Ante los ojos del secretario de Hacienda, una pérdida del grado de inversión de la deuda mexicana podría ser una exageración de esas firmas.
Solo que los índices de confianza de los inversionistas, de los analistas, de los empresarios, parecen coincidir con esa visión de alerta. Y ninguno de éstos resultó golpeado por el desprestigio de fallar en sus pronósticos de la gran recesión de 2008. Algo deben tener de razón.
Las calificadoras siempre serán esos odiados mensajeros que sí pueden llegar a exagerar, pero no parece ser el caso de México bajo las condiciones actuales.
@campossuarez