El británico Sir Steve Redgrave, una leyenda viva del Olimpismo con cinco oros consecutivos en remo, fue protagonista en la ceremonia inaugural, al entrar con la llama en el estadio Olímpico, instantes antes del encendido del pebetero.
Para poner fin a la Ceremonia, la llama llegó al Parque Olímpico en una embarcación patroneada por el futbolista David Beckham, quien se la entregó en un pequeño embarcadero al exremero Steve Redgrave.
(Foto: AP)
Redgrave cedió la antorcha a los siete jóvenes elegidos por campeones olímpicos británicos, quienes dieron una vuelta a la pista y ‘recibieron el permiso y el honor’ definitivos de grandes glorias locales: Lynn Davies (atletismo), Duncan Goodhew (natación), Kelly Holmes (atletismo), Mary Peters (pentatlón), Shirley Robertson (vela), Daley Thompson (decatlon) y el propio Redgrave.
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En las últimas semanas, la prensa británica había especulado con la identidad del último relevista, uno de los honores más importantes de cada edición olímpica, y el nombre de Steve Redgrave, de 50 años, figuraba en todos los pronósticos, a menudo como el gran favorito.
Stephen Goeffrey Redgrave, comenzó a rematar siendo adolescente en su ciudad natal, Marlow, en el centro de Inglaterra.
Su camino al estrellato comenzó en el Mundial júnior de 1979 y en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles se colgó ya su primer oro olímpico, aprovechando el boicot de los países del bloque del Este de Europa.
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La lluvia de medallas continuó y en Seúl se colgó un oro y un bronce, antes de irse de nuevo con un metal dorado en su maleta en cada una de las tres citas siguientes, Barcelona-1992, Atlanta-1996 y Sídney-2000.
Entre Seúl y Barcelona, una vez que su compañero Andy Holmes se retiró, Redgrave probó con el equipo británico de bobsleigh y entonces conoció a Matthew Pinsent, con el que ganó el oro en Barcelona y luego en Atlanta, donde fue el abanderado de su país.
Después de ese cuarto oro olímpico pareció perder el amor por la competición y llegó a pronunciar una de sus frases más célebres y de las que luego se arrepintió: “Si alguien me ve cerca de un barco, puede matarme”.
Pero los Juegos de Sídney se aproximaban y dio marcha atrás, volviendo a los entrenamientos pese a los cambios de hábitos y el diagnóstico de una diabetes.
“No veo por qué no se puede hacer lo que uno quiere”, le convenció un joven médico, que le ayudó con el tratamiento con la insulina y un régimen alimentario adaptado.
En Australia, Redgrave, en compañía de Pinsent, James Cracknell y Tim Foster, consiguió su quinto oro, entregado por la princesa Ana.
Fue nombrado Sir en 2001 y desde su retirada tiene una vida muy tranquila, junto a su esposa Ann, exremera como él, y sus tres hijos. AGENCIAS