Los Juegos Olímpicos dejaron la etapa idílica para convertirse en un espectáculo multivariable donde lo más importante son los récords, las audiencias y las marcas comerciales. En México, en la dieta olímpica televisiva dominan los chistes, los albures y, lo que representa a la peor cara de la ignorancia sobre la globalización, los clichés. Al parecer, los productores de la televisión correlacionan el rating con lo subnormal, que inevitablemente, siempre deriva en la estupidez.
A nivel geoestratégico, el péndulo olímpico oscila entre las utopías, los regímenes totalitarios, la guerra fría y sus boicots, el terrorismo y finalmente, el espectáculo de la transmodernidad patrocinado por el G-6 (Adidas, Reebok, Nike, NBC, Coca Cola y McDonald’s).
El olimpismo es una palabra-museo en cuya vitrina se conserva el ideal de Pierre de Coubertin quien siempre relacionó a la musculatura del espíritu con la disciplina física. Los principios fundacionales quedaron grabados en la Carta Olímpica que mandató “la unión entre los pueblos” y la promoción de la paz. El soporte de la Carta fueron “los jóvenes y la amistad”.
La primera etapa de los Juegos (Atenas 1896 a París 1924) los protagonizó el mundo liberal; Estados Unidos y Europa occidental. Un paréntesis lo abrió la Primera Guerra Mundial. La segunda etapa ha sido la más desafortunada para el espíritu olímpico: los regímenes totalitarios utilizaron a los Juegos como si fueran ridículos spots televisivos. En la propaganda (venta del sistema) subyacía las tácticas hitlerianas de la superioridad eugenésica. El estadio Olímpico de Berlín se convirtió (1936) en uno de los más famosos campos de manipulación internacional, que a la postre, con la Segunda Guerra, terminaría siendo la peor etapa para la comprensión humana.
La tercera etapa de los Juegos inicia después de la Segunda Guerra Mundial y concluye en Los Angeles 1984. Los boicots diluyeron el espíritu de los Juegos. En Munich 1972 terroristas palestinos se auto promocionaron matando a atletas israelíes, mientras tanto, la geopolítica del caos entre la Unión Soviética y Estados Unidos dio pie a la Guerra de las Galaxias, por vez primera, el riesgo de la desaparición del mundo se sintetizó en dos portafolios nucleares. Persuasión diplomática plasmada en el Pacto de Varsovia (países socialistas) frente a la OTAN (muro armado de occidente protegiéndose de la expansión de la Unión Soviética).
Adicionalmente, en Los Angeles 1984, también sucumbió el espíritu de la competencia a través de los dopajes; sobre carga química en el cuerpo humano para derrotar, en mala lid, a los contrincantes.
La geoestrategia internacional cambió a partir de los Juegos de Seúl. Atrás quedaron las ideologías políticas y el futuro cortoplacista deparó en la globalización del espectáculo, la mayor demanda de las audiencias. Barcelona, Atlanta, Sídney, Atenas y Pekín, y ahora Londres.
En Atenas solamente participaron 13 naciones; en Helsinki acudieron 58, a Barcelona acudieron 151 y a Pekín 204. En cuanto al número de atletas, en Atenas (1896) participaron 300, 5 mil en Tokio 1964 y más de 10 mil desde Atlanta a la fecha.
Ahora, en Londres, la atmósfera global apunta hacia el crimen organizado (mafias en China e Italia, y narcotráfico en México y Colombia), como uno de los principales problemas sin olvidar las masacres ocurridas en Siria.
Los Juegos serían inexplicables sin la presencia de grupos patrocinadores como por ejemplo el G-6. Sin marketing no existiría la sobre excitación de las audiencias. Cantar los himnos de la Coca Cola o de cualquier país da lo mismo.
En el caso de México, los albures siempre han rebasado a las conquistas olímpicas.
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