Los ciclos económicos determinan el buen humor de las ciudades, y de los ciudadanos, ni hablar. El de Barcelona en 1992 fue el mejor humor que se tenga memoria de la ciudad condal. No exagero si al ciclo temporal en el que ocurrieron los cambios se le llame revolución estética. Decenas de fábricas que se encontraban junto al Mediterráneo, fueron derribadas para desarrollar el puerto Olímpico. El majestuoso hotel Arts, decenas de bares y restaurantes, el hospital del Mar (que Almodóvar eligió para rodar Todo sobre mi madre), tiendas, departamentos de lujo con vista al mar, la torre Mampfre, la Villa Olímpica, entre otros elementos sociológicos y arquitectónicos, quedaron empotrados en la ciudad después de la caída de la bomba estética.
Recuerdo las charlas que tuve con un sirio, encargado de un bar en la calle Pamplona, a tan solo unos metros de la Villa Olímpica. Me narró el antes y después. El miedo que tuvo de perder el bar, debido a los trazos en los planos arquitectónicos que determinaron el renacer del barrio y de la ciudad, se diluyó en el momento en que concluyeron las obras. Las externalidades positivas de la zona fueron milagrosas.
Nada mejor que recurrir a la vejez de los Mosqueteros para concluir que no es lo mismo la Barcelona de 1992 que veinte años después.
Quienes dieron la bienvenida a Mariano Rajoy, fueron las instituciones supranacionales (Comisión Europea, Banco Central Europeo y el propio Fondo Monetario Internacional, trío conocido como la troika); ahora y por si fuera poco, el estrés inducido a Rajoy vendrá de los entes internos (la nueva crisis política). Si la crisis económica dejó mal parado a Rajoy, de la política se espera algo similar, si no es que peor.
Al gobierno catalán, presidido por Artur Mas, se le acaba el dinero y con ello, inicia una nueva etapa de relaciones con el gobierno central de Mariano Rajoy. Algunos servicios sociales subsidiados por el gobierno catalán no podrán ser pagados debido a que, según el Gobierno de Mas, el ministerio de Hacienda dependiente del Gobierno de Rajoy, no ha realizado las transferencias. Por ejemplo, uno de los servicios que no pagaron durante julio y tampoco lo harán en agosto, es el correspondiente a las personas que se encargan de cuidar a ancianos y/o a enfermos.
Si la política es la representación teatral del poder, entonces con lo ocurrido el martes pasado, se pueden dar por rotas las relaciones entre Madrid y Barcelona. El conceller (secretario) de Economía catalán, Andreu Mas-Colell, no asistió al Consejo de Política Fiscal y Finanzas organizado por el ministro de Hacienda de Rajoy, Cristóbal Montoro, en un claro acto de rebeldía por las condiciones impuestas por Rajoy a las autonomías. A Cataluña la secundó Andalucía.
Para el Ejecutivo catalán, existe un reparto desigual en los esfuerzos para cumplir con el objetivo del déficit. Rajoy obliga a las autonomías a asumir el 64% del déficit cuando sólo gestionan el 35% del gasto; la otra cara de la moneda es ventajosa para el Gobierno central: asume el 31% del ajuste del déficit pero realiza el 52% del gasto. Es decir, los catalanes tienen que reducir, en promedio, el 64% de su gasto corriente cuando, de manera global, en promedio, gastan el 35% del presupuesto central. Por ello, es posible que la frase de Andreu Mas-Collel tenga razón: “No viajaré a Madrid (al Consejo de Política Fiscal) para estar de oyente (…) Si hay imposición lo mejor es que nos lo dijeran (lo tratado durante la reunión) a través de e-mail y ahorraríamos tiempo y billetes (boletos) de avión”.
Hace una semana el Parlamento catalán aprobó un nuevo pacto fiscal (que Rajoy nunca aprobará) para ganar la total independencia fiscal respecto a Madrid. Acto seguido fue el desplante durante el Consejo de Política Fiscal. ¿Qué sigue? Lo que vendrá será una erupción, cara a cara entre Rajoy y Artur Mas. Una nueva crisis, por si España estuviera buscando una nueva.