Luis Miguel Martínez Anzures 

Ante la escasez de vacunas contra el Covid-19 y la detección de nuevas variantes del virus, ha resurgido con más fuerza el llamado “nacionalismo de la vacunación”, esto puede verse reflejado con la idea de que cada país, es responsable de proteger la salud y el bienestar de los que viven dentro de su territorio sin importar lo que suceda a las poblaciones al exterior de sus fronteras. Un discurso tradicionalista muy del siglo pasado que ocuparon múltiples gobernantes para justificar la discriminación o separatismo doctrinario en favor de las políticas nacionalistas. 

De acuerdo con múltiples medios de comunicación, el egoísmo entre países, como entre humanos, empeora en momentos de crisis. La semana pasada, por ejemplo, la Unión Europea y el Reino Unido, se pelearon por el derecho a adquirir decenas de millones de dosis de la vacuna AstraZeneca. Tras informarle a la Unión Europea que siempre no iba a poder entregar en marzo la dotación que había prometido, los europeos se enteraron de que la farmacéutica sí estaba dotando al Reino Unido y estalló la discordia. El motivo no era para tomarse a la ligera. 

Ahora bien, en una carrera en la que la producción de vacunas es menor a la creciente demanda, los países ricos y poderosos siguen acaparando las compras y precompras como ya se ha dado difundido en diferentes medios de comunicación. Globalmente como ya se ha dado a conocer, existen contratos para la adquisición de 8.4 mil millones de dosis (Bloomberg Covid Deals Tracker). Esta cantidad sería suficiente para vacunar a la mitad de la población mundial si se distribuyeran equitativamente. Pese a ello, la vasta mayoría son compras de los ricos. Gran Bretaña precompró 367 millones de dosis para una población de 67 millones. Canadá, el peor ejemplo de acopio, tiene tres veces más dosis de lo que necesitará para inocular a toda su población.

¿Y qué organismo pone orden ante esta inequitativa logística de distribución?

Hasta ahora pareciera que las reglas del marcado también dictarán el orden en la adquisición y distribución de las vacunas y el gran ausente será un organismo capaz de regular todas estas situaciones.  

Paralelo a ello, el Gobierno de Joe Biden anunció planes para comprar 200 millones de vacunas de los laboratorios Pfizer y Moderna, con lo que su inventario aumentaría a 600 millones de dosis una cantidad superior a la necesaria, suficiente para administrar dos dosis a cada uno de los 260 millones de personas elegibles para recibir la vacuna en esa nación. Aunque por ahora estos medicamentos no están autorizados para suministrarse a menores de 16 años. 

Por otra parte, Estados Unidos estima poder terminar de vacunar a su población a fines de 2021, si se mantiene el promedio actual de inoculación de un millón diariamente o a mediados del año, si se eleva a millón y medio el promedio diario. Hasta ahora, la campaña de vacunación masiva se ha topado con una serie de escollos burocráticos y logísticos, amén del tiempo perdido por la ineptitud del anterior Gobierno.

Hasta ahora, cerca de 100 millones de dosis han sido administradas en 62 países. La vasta mayoría en naciones ricas y de ingreso medio. De todas estas, Sudáfrica, donde se detectó una nueva variante al parecer más contagiosa, tiene 22.5 mil dosis para 60 millones de habitantes. Una verdadera calamidad si se piensa en términos estadísticos. 

¿Y en Latinoamérica como está la situación actual?

En México se han administrado cerca de 700 mil dosis, lo que equivale a menos de 0.5% de la población (de acuerdo con Our World in Data 1 de febrero 2021). De concretarse las precompras negociadas por el Gobierno y las asignaciones prometidas por el fondo de adquisiciones Covax de la Organización Mundial de Salud (OMS), este país tendría la capacidad de inocular a 119% de su población (Bloomberg Covid Deals Tracker). El gran reto, como en la mayoría de las naciones, es hacer que lleguen las vacunas y contar con la infraestructura, logística y el personal para aplicarlas.

Desde el verano pasado, en medio de la pugna en torno al equipo médico y compras de vacunas por anticipado, científicos de la Universidad de Harvard alertaron contra lo que llamaron “nacionalismo vacunal”, una tendencia “moralmente reprobable” que se refiere a la manera equivocada de reducir el contagio a nivel mundial.

Este grupo de expertos pidieron que sea la ciencia, no la política, la que guíe a través de organizaciones internacionales la estrategia global de asignación, distribución y verificación de entregas de la vacuna COVID-19. “Todos los países deben recordar que el enemigo es el virus, no el otro país. Una posición nacionalista hacia la pandemia prolongará esta crisis global y económica”. El problema es que hasta ahora estos llamados de auxilio no se han generado a nivel global.  

En el mismo sentido se pronunció Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, ante el Foro Económico de Davos la semana pasada. Advirtió que la falta de vacunas en los países más necesitados, “sólo prolongará la pandemia”. “Si perdemos la confianza internacional a través del nacionalismo vacunal, todos vamos a pagar el precio de una recuperación prolongada”. Este funcionario pidió a los gobiernos que ya tienen vacunas para inocular a su personal de salud y a sus adultos mayores, compartan el exceso en sus inventarios con Covax para que otros países puedan hacer lo mismo.

Con el cambio de Gobierno, Estados Unidos no sólo reintegró a la OMS sino se unió a Covax, fondo de adquisiciones que busca la asignación equitativa de vacunas entre todos los países. Con la meta de adquirir poco más de 2 mil millones de dosis.  Este organismo espera poder hacer las primeras entregas a los países este mes de febrero. Sin embargo, se ha topado con la realidad de tener que competir con contratos más redituables para las farmacéuticas. Se estima que vacunar a los más pobres a través de Covax costaría 25 mil millones de dólares, una suma relativamente baja si se compara con los presupuestos de salud de los países ricos.

Como se ha visto hasta ahora, el egoísmo de los países ricos de primero proteger a sus propias poblaciones es entendible desde el punto de vista humano y político, pero dejar a los menos afortunados a capear el temporal por su propia cuenta es suicida. Confinarlos a rascarse con sus propias uñas no es opción. El surgimiento y la rápida propagación de nuevas variantes del virus muestra que, como han advertido los especialistas desde el inicio, nadie está a salvo hasta que todos estemos a salvo.

                                                                                                                                         @Drlmma56