Instagram es muy distinto hoy, 19 de marzo, a como era antes del puente donde todos dijimos “nos vemos el martes”, y ese jamás llegó.
En el transcurso de esta pandemia, ha habido una cantidad de #tbt sin precedentes: muchas fotografías de aventuras y momentos estrella, con usuarios añorando cuánta libertad tenían antes de aquellos cierres de restaurantes, bares, antros, oficinas, escuelas y cientos de establecimientos.
Sin embargo, el hartazgo por la situación ha generado principalmente tres conductas entre los jóvenes en esta red social.
Están quienes suben sus posts y sus stories sobre su día, como si estos fueran cualquier otro: domingueando en Coyoacán, reuniéndose en el juebebes o la clásica foto donde todos se apachurran “pa salir”, uno de los ritos más mexicanos que el Covid-19 condena.
En otra esquina, se encuentran quienes aprovechan el espacio en redes para mostrar su incomodidad con este otro espectro. Estos usuarios no son nada sutiles con lo que opinan de quienes no practican las reglas ancestrales de la pandemia.
Pero hay un umbral, presente en la comunidad, quienes antes eran los reyes del live y ahora se han vuelto espías del contenido de todos los demás.
Ellos son personas que saldrán de vez en cuando: se les antojó el restaurante recién reabierto, no pudieron aguantar las ganas de ver a su familia o se tomaron el lujo de irse a la playa para aprovechar el home-office.
Pero ahora, cuando quieren tener la experiencia colectiva del like y los comentarios, lo piensan dos veces. Mejor guardan su teléfono, privándose de compartir la experiencia. Incluso pueden llegar a ocultar su vida a sus más íntimos amigos.
Principalmente, por miedo a ser juzgados. Estamos en una época en donde es muy fácil tirar la piedra, porque muchos hemos roto la interminable cuarentena.
Aunque existe también un examen de conciencia sobre nuestro rol de siempre en la esfera digital, porque nos preguntamos: ¿cuánto daño puede hacer un posteo?
Si analizamos el fin banal de las redes sociales, nos daremos cuenta que no, no es “de vida o muerte” alimentar el feed con una pantalla de nuestras vidas. Pero sí podemos impactar a otros a seguir nuestros pasos, a pensar que “si fulano de tal hace esto, ¿por qué yo no?” Nos cuestiona sobre los “seguidores” de nuestras publicaciones. Aunque no queramos, somos modelos a seguir de quienes consumen nuestro contenido: uno nunca sabe quién se verá influenciado por las decisiones, con distancia, gel o no, que tomamos.
Por eso muchos prefieren guardar silencio, esperando el momento cuando alcancemos la codiciada inmunidad de rebaño para poder seguir proyectando nuestras hazañas con los demás. O, así como la nueva normalidad puso sobre tela de juicio nuestra higiene, y economizamos nuestras salidas a lo esencial (en lo físico o en lo psico-emocional), ¿haremos la misma curaduría con nuestras publicaciones?
A veces dice mucho más lo que no habla. Bien dicen que el que calla otorga, ¿no?
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