Martha Hilda González Calderón

La mitología prehispánica está poblada de diosas que tuvieron un papel fundamental en las creencias del pueblo náhuatl. Aparecen desde el origen de los tiempos como deidades poderosas. También se presentan como figuras protectoras en distintas actividades. Sin embargo, no sólo las deidades femeninas tuvieron un papel relevante en el imaginario colectivo, también las mujeres y partes de sus cuerpos fueron motivo de superstición y objetos de culto. ¿Quiénes fueron ellas y cuál fue su papel en la mitología prehispánica? Las figuras femeninas se multiplicaron en historias de odios, amores, rivalidades que poco conocemos.

La Historia General de México, coordinado por don Daniel Cossío Villegas o las investigaciones imprescindibles de don Miguel León Portilla, dan cuenta de la representación de las mujeres en la cosmogonía de los pueblos prehispánicos, como compañeras, hermanas, madres, guerreras, dándoles un lugar relevante aunque subordinado a las grandes deidades.

Fue una diosa, Tonacacihuatl, “mujer del mantenimiento” quien engendró junto con el “señor del mantenimiento”, a cuatro dioses, entre los que destacan: Quetzalcoatl, “serpiente quetzal” y Huitzilopochtli, “zurdo colibrí”.

Particularmente, el mito del nacimiento de Huitzilopochtli inicia desde el momento de su concepción cuando se narra que su madre, Coatlicue –la de la falda de serpientes- al estar barriendo, le cae del cielo una bola de plumas brillantes que la fecundó al ponérsela en el pecho.

Cuenta la leyenda que al enterarse su hija, la diosa Coyolxauhqui, que su madre estaba embarazada convenció a sus hermanos, Centzon Huitznahuac o “dioses de las estrellas del sur”, de vengar ese embarazo con la muerte de su progenitora. Huitzilopochtli al nacer –y estando armado- da muerte a sus hermanos y a la diosa instigadora le cortó la cabeza y la arrojó desde el cielo donde se convirtió en la luna.

Las figuras femeninas siempre estarán presentes. Así, en el inframundo o Mictlán, la diosa es Mictecacihuatl, compañera del “señor del Inframundo” o Mictlanteuctli.

El dios de la lluvia, Tláloc, era acompañado por Chalchiuhtlicue o “naguas de jade”. Esta diosa fue quien reinó en el Cuarto Sol, alimentando a los hombres de un maíz silvestre o teocentli. Para que perecieran estos hombres el cielo se vino abajo en forma de un diluvio. La diosa los convirtió en peces para salvarlos.

También en el Quinto Sol, la diosa llamada Quilaztli Cihuacoatl molió los huesos de los muertos que Quetzalcoatl había ido a recoger al inframundo. Este polvo se mezcló con la sangre del dios para que surgiera la humanidad.

Junto con Tláloc y Chalchiuhtlicue había un grupo de pequeños dioses -conocidos como Tlaloques- quienes tenían por obligación regar con agua al mundo. Llevaban un palo en un jarro lleno y cuando lo movían, los sonidos que producían eran los truenos; si se rompía, era el rayo que aventaba los pedazos. La hermana de los Tlaloques era Huixtocihuatl, la diosa del agua salada y de la sal.

Se rendía culto a la “madre espiga”, Xilonen, que cuidaba de los cultivos del maíz. También se veneraba a Chicomecoatl, diosa de las semillas.

La leyenda decía que a una figura femenina que tenía cuatrocientos pechos, los dioses la habían convertido en maguey. Otros mencionaban que había sido una mujer, la primera que había sabido como extraer el aguamiel.

Aun cuando ya se había concretado la Conquista, las curanderas y parteras les rendían culto a las diosas protectoras: Temazcalteci, “abuela del temazcal” y Yohualticitl, “médica de la noche”. Algunos conocían a la diosa de la fertilidad como Toci, “nuestra abuela”. Durante la fiesta dedicada a esta diosa, se creía que a las parteras y curanderas les daba enseñanzas y nuevos objetos para ejercer su oficio. Se menciona que, como la diosa, la mayoría de ellas eran mujeres viejas.

Para el amor carnal, se le rendía culto a Tlalzolteotl, “diosa de la basura”. Otros la conocían como Tlaelcuani, “comedora de suciedad” pero era la diosa Ixcuina, la que escuchaba los pecados sexuales.

Los niños que morían en su primera infancia se convertían en colibríes al llegar al Tonacacuauhtitlan. El lugar en donde podían alimentarse de la abundante flora que ahí crecía pero particularmente, de un árbol conocido como Chichihualcuauhuitl que destilaba leche.

Se contaba entre los antiguos pueblos una historia similar a la de Adán y Eva. La primera pareja humana estaba conformada por una mujer, Oxomoco y era compañera de Cipactonal. Las abuelas contaban que a ella los dioses le habían dado los primeros granos de maíz y le habían enseñado a tejer. Otras versiones narraban también que habían sido expulsados del paraíso donde vivían por alguna falta cometida.

Después sería creada –con los cabellos de la diosa originaria- una mujer, Xochiquetzal, para que fuera la compañera de Piltzinteuctli, hijo de la primera pareja.

Xochiquetzal es también considerada la diosa del amor y patrona de las tejedoras. Entre los tlaxcaltecas, era la diosa del agua. También se decía que llevaba ese nombre, la primera mujer o soldadera que habiendo acompañado a los guerreros, había perecido en una batalla.

Siendo patrona del amor, también lo era de aquellas mujeres que acompañaban a los guerreros para ofrecerles placer. Fray Bernardino de Sahagún, escribió como se esmeraban en su arreglo, usando distintos huipiles de colores, se bañaban y perfumaban y llamaban a los hombres haciendo tronar sus chicles o tzictlis. También eran de las pocas mujeres que usaban sandalias o cactlis.

El amor era considerado como una batalla. Cuando la mujer quedaba encinta, se consideraba que ella la había ganado y que mantenía en su cuerpo a un prisionero.

La parturienta era considerada como una guerrera y si moría durante el parto, recibía el tratamiento de diosa o cihuateteo que acompañaría al sol en su recorrido. También se pensaba, que las muertas en el parto, vagaban de noche para causar enfermedades a los niños y niñas.

Durante los primeros días, los familiares de la mujer que había perecido al momento de dar a luz, tenían que velar la tumba. Si se descuidaban, el cuerpo de la mujer podía ser mutilado. Los guerreros jóvenes buscaban un mechón de sus cabellos o un dedo en particular, que utilizarían como amuletos para la guerra. Con intenciones más perversas, los brujos se hacían del brazo izquierdo de la difunta, para poder entrar a las casas, sin ser vistos y abusar de otras mujeres.

Diversos cronistas, atribuyeron a la diosa Cihuacoatl o Tonantzin, la leyenda de la Llorona. Fray Bernardino de Sahagún escribió que se decía que “de noche voceaba y bramaba en el aire”.

Cihuatlan es el nombre náhuatl conocido como el “lugar de mujeres”, relacionado con la fertilidad. En sus orígenes habitaban quinientas mujeres por veinte hombres. Hernán Cortés informó en una carta al rey de España sobre la riqueza que había en población femenina y materiales preciosos.

Las figuras femeninas estuvieron presentes en la mitología prehispánica, como madres, compañeras, hijas y hermanas, poblaron no solo el imaginario, sino también tuvieron un papel fundamental en la vida cotidiana de aquellas sociedades. Aun en la conquista, los españoles tuvieron que casarse con las hijas de los caciques para consolidarla y evitar traiciones. Relatos que siguen siendo parte de nuestra propia Historia común.

Las diosas femeninas expresaban el sentir de un pueblo profundamente religioso, que dio a la mujer un papel fundamental en el imaginario colectivo y en la cosmogonía del mundo prehispánico. En sus distintos papeles, estas deidades y mujeres prehispánicas, eran el reflejo de una sociedad en donde cada quien tenía una función que cumplir a partir de su género y condición social.

 

                                                                                                                                                   @Martha_Hilda