Acuérdese. Era 1987. No fue un periodo tranquilo. En ese año, la UNAM se fue a huelga, el PRI le hizo el feo a Cuauhtémoc Cárdenas, Carlos Salinas fue ungido, se murió Chava Flores y, lo peor, México atravesaba una crisis de pesadilla: el peso se había devaluado mil 300 por ciento; la inflación subió 140% y, en sólo 24 horas, la Bolsa Mexicana perdió 52 mil puntos… El Presidente de la República, Miguel de la Madrid Hurtado, tenía que informar cada dos meses, de más recortes, menos subsidios, más “ajustes” de precios.
En ese contexto, el primer mandatario neoliberal de la historia mexicana decidió que era buena idea comprarse un avión: un nuevo TP-01 (como se le dice a cualquier avión que aborde el Presidente). Y se decantó por jubilar los dos aviones que, diez años antes, había adquirido José López Portillo (en realidad, compró siete, pero sólo dos los convirtió en transportes presidenciales). Esos llevaban por nombre Quetzalcóatl I y Quetzalcóatl II. Aquellas aeronaves ya tenían mucho kilometraje: en su momento, esos Boeing fueron adquiridos a Mexicana de Aviación que, a su vez, los había comprado, usados, a Eastern Airlines.
De la Madrid, decidió ocultar la compra del flamante Boeing 787, que significaría un gasto de 43 millones de dólares en época de recesión (unos 50 mil millones de pesos de la época), a pagar en un primer desembolso de 20 millones de dólares y en cómodas anualidades.
No obstante, el periódico El Norte descubrió la compra y la reportó. Más se tardaron en revelar la adquisición que el gobierno en retractarse de ella. Rauda, la administración delamadridista puso en venta el avión —al que ya había equipado con un gasto de 1.5 millones de dólares— e hizo todo lo posible por pasar la página.
Sin embargo, dos meses después, el presidente visitó el sureste mexicano, y en una escala en Cozumel, su Quetzalcóatl (“serpiente emplumada”) quiso convertirse en Cuauhtémoc (“águila que cae”) y le dio tal susto tal que inmediatamente se retractó de su retractación y decidió que se quedaría con el Boeing, por el cual nadie se había interesado.
Lo bautizó como Presidente Juárez, con lo cual abandonaba los nombres estilo prehispánico y regresaba a la tradición más institucional de Luis Echeverría, quien a su pequeño jet (de sólo seis asientos) le puso Miguel Hidalgo.
Pasaron los años. Y el Presidente Juárez, que puede transportar hasta 66 personas, ahí siguió. Pasaron Salinas, Zedillo, Fox y Calderón. Cinco mandatarios y 25 años. Y nadie pensó en comprar un nuevo avión titular para el Presidente. Hasta ahora.
Turbulencias
En 2005, se desplomó el helicóptero del secretario de Seguridad Pública, Ramón Martín Huerta, quien murió. El 4 de noviembre de 2008, se cayó el jet del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, quien falleció en el accidente. El 28 de febrero de 2009, chocó el helicóptero en el que iba el titular de Conagua, José Luis Luege, quien logró sobrevivir. El 11 de noviembre de 2011, se estrelló el helicóptero en que iba Francisco Blake Mora, secretario de Gobernación. Y el panista murió.
Esto detonó un cabildeo por parte de la administración calderonista para colocar la compra de un nuevo avión dentro de los temas urgentes. Y asignarle recursos. Logró que para el presupuesto de egresos de este año se incluyera un exhorto para renovar la flota aérea presidencial.
Además de los accidentes, se consideraron tres factores. El primero fue la edad del avión, que supera la de otros presidentes (el “Air Force One” más viejo empleado por el mandatario de EU fue entregado en 1990, pero tiene una tecnología mucho más avanzada. Y la edad promedio de las flotillas mexicanas es de 10.2 años). El segundo hecho fue que el 28 de noviembre de 2005, Boeing dio por concluida la fabricación del modelo del Presidente Juárez, tras 23 años de hacerlo, lo que dificultaría su mantenimiento; y la tercera razón fue la incapacidad del actual avión mexicano de realizar viajes trasantlánticos sin escalas: si va a Europa debe detenerse en Canadá, y si va a Asia, en Alaska (o, incluso, en Canadá y Alaska). Esto implica un considerable desperdicio de tiempo en la agenda presidencial.
Además, y aunque no se pueda atribuir al avión, Calderón ya ha tenido sustos: en 2010, las tormentas en Tabasco le impidieron aterrizar, y estuvo dos horas y media en el aire, sin poder descender. Fuertes sacudidas lo han hecho resbalar y caer dentro de la aeronave y, el 2 de mayo de 2008, a punto de aterrizar en la base militar de Newark, Nueva York, las turbulencias hicieron que el TP-01 Presidente Juárez se desestabilizara, generando la impresión de que una de las alas tocaría el suelo. Todo quedó en espanto.
Esto ha ocurrido pese a que, en 2007, Presidencia ordenó realizar chequeos profundos en Estados Unidos al TP-01. Estos incluían revisión física total, de lubricantes y líquidos, sistemas de navegación, presión de llantas y aparatos electrónicos, servicios que dejaron cinco meses en tierra al avión y costaron 63.9 millones de pesos.
Aunque, de hecho, los gobiernos federales panistas han destinado, en sus dos sexenios, más de tres mil 720 millones de pesos en el mantenimiento, renovación y compra de piezas que mantengan a punto los aviones y helicópteros utilizados por el Presidente de la República.
Todo esto llevó a que, apenas este 25 de julio, senadores y diputados federales del PAN, PRI y PRD avalaron la compra de un nuevo avión presidencial, porque (como dijo el secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, es un asunto de “seguridad nacional”) se debe proteger al Presidente, independientemente de quién sea.
Este último comentario viene al caso porque el priista Enrique Peña Nieto, candidato que obtuvo la mayor cantidad de votos el 1 de julio, ya tuvo su primer contacto con las tragedias aéreas.
Además, será a su administración a la que le tocará decidir —y recibir en 2015— el nuevo avión. Todo apunta a que será un Dreamliner 787, también de Boeing, pero con un presupuesto que se ha barajado hasta en 700 millones de dólares (con lo que se pueden comprar tres Boeing 787 normales), el siguiente mandatario tendrá un mundo de opciones para elegir.
Pero, afirman diputados federales, estará bien visto que recuerde que seguimos en crisis. Como hace 25 años. Siempre, dicen, es bueno recordar la historia.