Con frecuencia se habla de los “motores” del crecimiento económico de nuestro país. Se trata de explicar qué fuerzas pueden movilizar nuestro aparato productivo para generar más actividad económica y por lo tanto más empleos. En resumen, nos dicen, hay dos grandes “motores”, la demanda externa (productos que nos compran los extranjeros), y la demanda interna (mayor gasto interno de nuestra población).

 

Existe otro factor, quizás más poderoso, que a veces se olvida, el relativo a la “oferta”, a los costos en los que incurrimos para poder producir bienes o servicios. Si nuestros costos de producción aumentan por cualquier razón, se reduce nuestra capacidad de competir y por tanto perdemos mercados, externos e internos, y viceversa. Aquí hay una enorme cantidad de cosas que podemos hacer todos (gobierno, empresarios, trabajadores, legisladores, jueces, maestros, todos los mexicanos) para mejorar nuestra competitividad o para perderla. En algunos casos se trata de temas de gran importancia (como los dos ejemplos que utilicé hace algunas semanas en este mismo espacio: los servicios de agua potable por red y de transporte público de personas en la Ciudad de México), en otros se puede tratar de asuntos “pequeños”, pero que juntos significan cambios estructurales en nuestra capacidad para producir más y mejores bienes y servicios con menos recursos, volvernos más competitivos.

 

Las oportunidades de mejora existen prácticamente en todos lados, en todas las oficinas (públicas y privadas), en todos los sectores económicos, incluso en todos nuestros hogares. En algunos casos estas oportunidades podrían significar miles de millones de pesos, que actualmente se desperdician porque no se adoptan las medidas correctas de política pública. Estos son recursos que podrían utilizarse para llevar a cabo proyectos socialmente rentables para que nuestro país potencie su desarrollo. Para ilustrar que existe un gran número de asuntos donde podemos mejorar la forma de hacer las cosas, y de abaratar en tiempo, en dinero o en calidad (que al final del día son lo mismo), las cosas que hacemos, usaré dos ejemplos de mucha menor importancia cuantitativa, pero que también desperdician recursos valiosos.

 

El primero tiene que ver con el uso de la infraestructura vial de la ciudad de México. Actualmente usamos las calles y avenidas no solo para la circulación de vehículos, sino también para estacionarlos. Resulta verdaderamente asombroso que aún en los lugares donde existen los peores congestionamientos vehiculares (que significan pérdida de recursos en tiempo y en calidad de vida), se permita el estacionamiento de vehículos. ¿No sería mejor prohibir y evitar que los vehículos se estacionen en las vías públicas durante las horas “pico”, y cobrar por su uso en las horas “no pico”? Esto produciría de inmediato un efecto similar al de construir mayor infraestructura puesto que se “ampliaría” el espacio de circulación, sólo que sin gastar un peso adicional del erario público. Por el contrario, se captaría el dinero que actualmente reciben los “cuida coches” informales.

 

Visto de otra forma, el efecto de permitir el estacionamiento vehicular en las calles de la ciudad es el mismo que la “destrucción” de infraestructura, porque en vez de poder circular por dos carriles lo hacemos solamente en uno. De manera increíble, esto se permite, de una o de otra forma, hasta en el primer cuadro de la Ciudad de México (y de un gran número de otras ciudades de nuestro país). No hay manera de demostrar, a menos que se utilice un modelo de circulación vial, qué tanto aumentaría la velocidad vehicular si se impide el estacionamiento de vehículos (o comerciantes ambulantes) en las vialidades primarias de nuestra ciudad, pero estoy seguro de que el efecto no es pequeño. Lo que sí podemos concluir es que un ordenamiento vial produciría mayor eficacia y eficiencia en el funcionamiento de la economía urbana, lo que se traduciría finalmente en una ampliación de nuestra capacidad productiva al eliminar (o reducir) un “cuello de botella”.

 

Mi otro ejemplo también se refiere a los vehículos estacionados, ahora en lugares donde hay “parquímetro”, lo cual es una excelente medida para racionalizar el uso de la infraestructura pública, sobre todo en lugares de “alta” demanda por espacios, que debería extenderse prácticamente a todas las ciudades de México.

 

Todo, hasta aquí, está muy bien, lo que está mal es la forma en que llevamos a cabo el proceso. En vez de escribir una papeleta con la multa a un vehículo infractor, y dejar que el usuario realice su pago por internet (medida eficiente), lo que se hace es poner un “candado” que inmoviliza el vehículo, con lo cual el usuario tiene forzosamente que ir a pagar la multa y después esperar a que llegue el empleado a “liberarlo”(este proceso dura cuando menos media hora). Peor todavía es peor cuando una grúa levanta al vehículo y se lo lleva a nuestros famosos “corralones” (ahora quizás como mínimo una hora), o mucho peor es cuando los policías le quitan una “placa” al vehículo (ahora este proceso toma cuando menos dos horas). Estos casos representan un desperdicio de recursos, tiempo y dinero, que podrían usarse de manera productiva en otras actividades.

 

Por supuesto, actualmente no se puede confiar en que una multa por escrito, puesta en el parabrisas del vehículo infractor, llegue finalmente al pago. ¿Por qué?, porque no tenemos un sistema moderno de registro de la propiedad vehicular que obligue a los infractores a pagar su multa. Igualmente, también existe el interés de algunas personas por continuar con el actual sistema ineficiente de cobro de multas, “arrastre”, infracción, etc., porque esto significa algún tipo de negocio privado.

 

Estos dos ejemplos de la vida cotidiana sirven para ilustrar mi punto. Existen, por todos lados, oportunidades para mejorar la forma en que hacemos las cosas, por reducir costos (privados y sociales) que finalmente conducen a una mejor sociedad. Lo que debiera ser una consigna social, es que por todos lados se busquen formas de ahorrar tiempo y dinero, eliminando trámites inútiles, reduciendo obstáculos, mejorando los servicios, para que, poco a poco, por todos lados de nuestro país, se logre un mejor clima para hacer funcionar nuestro aparato productivo y para mejorar la calidad de vida de nuestra población.

 

El crecimiento y desarrollo de México no es producto de una o dos cosas, por muy importantes que sean, sino que es el resultado del trabajo diario de millones de personas que todos los días deben buscar, y lograr, formas de hacer más con menos, de mejorar la calidad y reducir nuestros costos nacionales de producción. Hacer lo mismo, todos los días, de la misma forma, significa estancamiento, significa quedarnos parados cuando los demás países van corriendo. Tal vez por eso una buena parte de nuestra agricultura está como está, porque por alguna razón, se hace lo mismo, de la misma forma que hace cientos de años.

 

* Realizó sus estudios profesionales en la Escuela Superior de Economía del IPN, obtuvo su maestría en la Universidad de Chicago, Estados Unidos, y realizó estudios de doctorado en la misma universidad. Actualmente es subdirector de Estudios Especiales del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado A. C.