Cali (Colombia).- Soy de Cúcuta, en el nororiente de Colombia, pero llevo en Cali más de 13 años. Y me encanta: tiene buen clima, con un promedio de 28°C, la gente es muy agradable y la naturaleza es espectacular, muy diversa.
A dos horas y media, está el puerto de Buenaventura, sobre el Pacifico, un mar agreste y muy distinto al Caribe, pero fascinante. A poca distancia hay selva tropical, playas, las impresionantes ballenas jorobadas y miles de aves que encantan a mi hija Martina.
Cali es la capital del departamento de Valle del Cauca, donde encuentras grandes llanuras pero también montañas: allí nace parte de la cordillera de los Andes.
La cercanía del puerto Buenaventura genera mucha actividad. También hay grandes ingenios de la caña de azúcar. La población es muy variada: afros, indígenas, extranjeros… La diversidad cultural es increíble. En Cali se puede tener una muy buena vida. La gente es súper alegre, hay fiesta… es la capital de la salsa.
Sin embargo, y pese a que el estigma de haber sido el centro del cártel de los Rodríguez Orejuela quedó muy atrás, Cali se ve ahora asolada por nuevos males: pobreza, desempleo, racismo, narcotráfico, desconfianza hacia las autoridades y el rebrote de la violencia tras la firma del acuerdo de paz con las FARC en 2016.
A pesar de que ese proceso de paz bajó la intensidad del conflicto en Colombia, provocó un aumento de los cultivos ilícitos de coca en los departamentos de Cauca y Nariño y trajo nuevos actores armados decididos a copar los espacios dejados por la guerrilla.
Y con una crisis exacerbada por la pandemia de Coronavirus, parece que todos los males de Colombia se resumen en Cali, la tercera ciudad del país y corazón de la ira popular que explotó el 28 de abril. La violencia desatada por las protestas deja al menos 42 muertos, según la Defensoría del Pueblo. De ellos, 35 murieron en Cali, de acuerdo con la ONG Temblores.
Campo de batalla
Disidencias de las FARC que se apartaron del acuerdo de paz; el ELN, última guerrilla reconocida en Colombia, y bandas de origen paramilitar se disputan las rentas del narcotráfico, la minería ilegal y la extorsión en esa región.
Muchos de estos grupos resuelven sus cuentas en Cali, a donde además llegan miles de víctimas que huyen del conflicto, migrantes y personas que buscan un futuro mejor.
La pobreza golpea a más de un tercio (36,3%) de los 2.2 millones de habitantes de una ciudad en cuyas calles se siente el descontento contra las políticas del gobierno, en medio del azote de la pandemia.
Mucha gente se quedó sin trabajo (el desempleo en Cali llega al 18,7%) y sobrevive haciendo cualquier cosa. Los bancos no se esfuerzan por aliviar las situación de la gente, que sufren moras y embargos, sin una intervención del gobierno.
Todo esto ha generado muchísima delincuencia. Puedes estar en un restaurante, cuando de repente llegan unos tipos armados en moto y en cuestión de segundos recogen teléfonos, joyas, dinero y se van. Hay mucho temor. La gente oye una moto y se asusta.
El movimiento de protesta de Cali y en el resto del país reúne sindicatos, estudiantes, indígenas con múltiples reclamos. Las manifestaciones no solo congregan a los jóvenes: también hay adultos, personas mayores y mujeres que reclaman por igualdad social en medio de una escasez de combustible.
Me recuerda a las marchas de Caracas que me tocó cubrir hace unos años y, al igual que en aquel momento, ahora transito por calles bloqueadas y barricadas.
La ciudad que tanto quiero parece un campo de batalla. La noche del 3 de mayo fue la peor que viví desde el inicio de esta ola de protestas. Pude escuchar helicópteros dando vueltas, explosiones, disparos, sirenas de ambulancias. A las dos o tres de la mañana seguía escuchándolos.
Empezó en Siloé, a unas diez cuadras de mi casa, barrio que siempre ha sido violento. Entraron los soldados y la policía. Hubo uniformados heridos. Tiros. Los chicos que murieron, uno de ellos estudiante, protestaban por las condiciones sociales. Tenían trabajo, familia. Muy triste.
El miedo aumentó con un ataque nocturno al puesto de salud cercano a uno de los puntos de protesta en el norte de la ciudad que según funcionarios de la derechos humanos de la alcaldía, presentes en el lugar, dejo varios heridos, entre ellos un trabajador de la salud.
Lo que sabemos es que según 12 testimonios recabados por mis compañeros de la AFP, policías antidisturbios y fuerzas especiales arremetieron contra la protesta pacífica sin ninguna concesión.
Es verdad que Cali está en el centro geográfico de muchas cosas. Es la capital del suroccidente del país. Aquí estamos a dos horas de los cultivos de coca en el Cauca y de Buenaventura, el gran puerto por donde sale mucha droga hacia Estados Unidos y Centro América.
Tras la firma del acuerdo de paz en 2016, mejoró la economía, pero ha vuelto a retroceder en los últimos años. Y Cali sigue recibiendo los coletazos del conflicto en el vecino Cauca.
Desde hace unos años se ha ido deteriorando la situación. Ya no se puede ir a Cauca tan fácilmente por ejemplo, se ha vuelto muy peligroso.
Lo que me ha marcado más en estos últimos meses han sido los funerales de víctimas del conflicto. Como el de Cristina, una lideresa indígena, que estaba al frente de un puesto de control con otros guardias en la carretera hacia Tacueyo. Encontraron un carro que al parecer llevaba un secuestrado y al retenerlos fueron objeto de disparos. Lo mismo pasó con Karina García, una candidata a la alcaldía del municipio de Suarez, masacrada en plena campaña.
Ha sido un año muy pesado por la pandemia y la situación de violencia en el país, pero mi profesión sigue siendo mi pasión. Me permite conocer nuevos mundos, personas diversas y lugares increíbles, entre momentos felices y tristes. Y contar historias de vida y mostrar al mundo lo que ocurre en el país.
HAY INEFICACIA CON LOS DESAPARECIDOS EN COLOMBIA, EXPERTOS
CT