La avenida Cordillera de los Himalaya, en la colonia Cumbres de la ciudad de San Luis Potosí, muy cerca del conocido parque Tangamanga, es una de las más concurridas de esta capital. Hace unos días, un macabro hallazgo vino a trastocar la vida cotidiana y relativamente tranquila de esta urbe. Frente a una oficina, apareció una hielera que contenía una cabeza de puerco ensangrentada y una carta con amenazas.
El destinatario era Octavio Pedroza Gaitán, candidato de la alianza PAN-PRI-PRD- Conciencia Popular al Gobierno del estado, quien recibió esta intimidación al más puro estilo gangsteril. Por decisión del cuarto de guerra de esa campaña, se determinó no revelar el contenido del mensaje, aunque se confirmó que se trataba de un amago en contra del abanderado.
El hecho es reflejo del clima de descomposición social que impera en el país debido a la omnipresencia del crimen organizado y que se ha visto reflejado en este proceso electoral a través de una serie de agresiones y ejecuciones en contra de candidatos a cargos de elección popular de todos los niveles.
Pareciera que la violencia política forma parte de nuestro paisaje en tiempos de elecciones. Desafortunadamente, no se trata de un fenómeno nuevo, aunque sí de un problema que ha conocido una preocupante evolución.
Los crímenes en contra de aspirantes y de servidores públicos han sido una constante durante las campañas que han tenido lugar desde fines de la década de los 90, con historias de terror que revelan el creciente peso y la diversificación de los grupos delictivos.
Durante lo que va de este proceso, revelan datos de la consultora Etellekt -convertida en una referencia en esta materia-, 88 políticos han sido asesinados, de los cuales 34 eran candidatos. Si bien, hasta la fecha, no se trata del proceso en el que se haya registrado el mayor número de homicidios en contra de aspirantes, debería resultar inaceptable que, en pleno siglo XXI, siendo un país socio de uno de los bloques comerciales más sólidos del planeta, se siga viviendo este tipo de situaciones.
Bien podría el presidente López Obrador cambiar su discurso y dejar de ver en la oposición, los órganos autónomos como el Instituto Nacional Electoral y los medios de comunicación los enemigos a vencer.
El verdadero adversario del Estado mexicano en su conjunto es hoy el crimen organizado, el que amenaza, el que ejecuta y el que impone su ley en muchas de las regiones del país, que se sienten aisladas y olvidadas por las autoridades estatales y federales.
De no acabar con este cáncer, en las próximas décadas México tendrá, cada vez más, gobiernos que surjan de la imposición de la delincuencia en lugar de la voluntad de los electores. En todos está evitarlo.
Segundo tercio. No le falta razón al presidente López Obrador cuando señala que el problema de la violencia es una herencia del pasado. La descomposición que vivimos es resultado de una serie de factores que datan de décadas atrás. Lamentarse por ello, sin embargo, no resolverá nada.
Tercer tercio. Estamos a escasos nueve días de la jornada electoral. Muchas cosas pueden aún suceder si persiste este clima que vivimos.
@EdelRio70