¿Vomitorium?
Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)
Gracias a las novelas de “Los juegos del hambre” (2008), de Suzanne Collins, los vomitorios forman parte de la cultura popular como el lugar donde los antiguos romanos iban a vomitar para regresar a sus banquetes y seguir comiendo. El insaciable apetito de los habitantes del Capitolio, el lugar más rico y exclusivo del universo de “Los juegos del hambre”, nos muestra que es, también, el epicentro de los excesos y la corrupción.
La historia de esta serie de novelas nos muestra un país ficticio llamado Panem dividido en 12 distritos (antes 13) con un Capitolio a la cabeza. Cada distrito se dedica a una actividad esencial distinta, los distritos más afortunados se ocupan de industrias de productos de lujo, de fabricación de armas y de tecnología. Otros más lejanos al Capitolio se ocupan de actividades como la generación de energía, transporte, tala de árboles, producción textil, agricultura, caza, pesca y minería. El Capitolio controla a cada uno de estos distritos con la fuerza militar, pero, ante todo, con un juego anual en el que dos niños, de doce a dieciocho años, de cada distrito son elegidos (o se ofrecen voluntariamente) como “tributo” para enfrentarse en una lucha a muerte con los otros concursantes. Este evento es conocido como los “Juegos del hambre”. El vencedor gana riquezas y asegura comida para su distrito.
El Capitolio luce, pues, como un lugar de gente egoísta, corrupta, explotadora y hedonista. Por tanto, no sería raro que, los antiguos romanos antes que ellos, tuvieran su propio lugar donde purgarse para continuar con la abundancia sin tener la menor consideración con los otros distritos. Para ello viene muy bien la idea de un “vomitorium” y de una bebida purgante, según la serie de “Los juegos del hambre”. Sin embargo, los antiguos romanos no eran tan excesivos. Al menos no así.
Uno de los primeros lugares donde se hace mención al “vomitorium” es en las Saturnalia del escritor y gramático romano Macrobio (s. IV d.C.). Sin embargo, Macrobio no se refería a una cámara especial para vomitar. Aunque no hay que descartar la alusión al vómito tan pronto. Macrobio llamó “vomitorium” a las entradas de los anfiteatros romanos porque la gran cantidad de personas que por allí transitaban hacia sus asientos le hizo pensar en, sí, vómito. Estos pasillos serían como la garganta y boca de una persona y los asistentes a los eventos serían… Bueno, pueden imaginárselo.
Parece que fue hacia el siglo XIX o hacia inicios del siglo XX que la palabra “vomitorium” fue entendida como un lugar donde la gente iba a vomitar. Si a eso le añadimos la idea de que los romanos eran un pueblo de glotones (por nombrar tan sólo uno de los excesos de los que suele acusárseles), no parecía descabellada la existencia de una sala dedicada a tal propósito.
La gente del Capitolio no tendría reparo en contar con habitaciones destinadas a hacer espacio para seguir disfrutando de interminables banquetes. Sin embargo, Suzanne Collins no es la primera en relacionar los hábitos corporales, y sus excesos, con la corrupción moral y política. La tesis de que la satisfacción desmedida de un apetito corporal repercute en los vicios morales de las personas es un lugar común de la tradición filosófica grecolatina.
Así que no, los romanos no tenían una habitación especial para vomitar y seguir comiendo hasta vomitar otra vez. Ahora, eso no significa que todos fueran medidos en su ingesta de alcohol y comida. Es cierto que los banquetes romanos podían salirse de control, pero los destrozos y suciedades ocurrían donde fuera y no con el fin explícito de seguir engullendo sin reparo.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal