Desde la ciencia ficción el presidente Vladimir Putin actúa bajo las órdenes de un chip configurado por la KGB. Perseguido por enemigos, con líneas telefónicas intervenidas y con la decadencia de Europa frente a él, Putin comprendió a la perfección que de la victoriosa guerra caliente (Segunda a nivel mundial) la Unión Soviética protagonizaría el juego dialéctico de la guerra fría con Estados Unidos. Ocasión inmejorable para convertirse en el hegemón. Todo iba bien con la KGB hasta que se atravesó Gorbachov.

 

Putin no soporta a Gorbachov por geocéntrico, niño no héroe de la patria y vendedor de bienes raíces soviéticas. En pocas palabras, para Putin, las reformas de Mijaíl Gorbachov fueron realizadas por un traidor que lo único que merece es pasar por el despeñadero de la Historia.

 

En su lugar, y para impedir que la nostalgia lo abandonara, Putin acudió al sótano de su residencia para dirigirse a ese viejo ropero de abuelo en el que mantiene sus pócimas regeneradoras del tiempo. Lo anterior significa que lo suyo es ser autoritario, y por lo tanto, trata de empotrar al presente, el chip de la KGB.

 

Sólo desde esa visión se podría entender que los jueces controlados por Putin hayan sentenciado con tres años de prisión al grupo musical Pussy Riot. El soporte legal fabricado por el autócrata tiene una resultante religiosa, pero todo el mundo sabe que lo que más cuida cualquier autócrata es su estabilidad política. Matar moscas a bazucazos es algo normal en las habitaciones de la casa de Putin.

 

El pasado 21 de febrero, Maria, Masha y Katia ingresaron a la monumental iglesia de Cristo Salvador, asentada en el centro de Moscú, muy cerca del Kremlin, para pedirle a la virgen María que las librara de Putin. Lo hicieron a su manera, el mismo tipo de performance punk que han utilizado en centros comerciales y escaparates de lujosas tiendas de ropa para protestar por la sujeción machista y la industrialización publicitaria de la mujer.

 

Sus vestimentas erosionan el prêt à porter de las boutiques que refundaron ideológicamente a la icónica plaza Roja. Usan pasamontañas, blusas asimétricas y faldas con tonos Comex. Lo que buscan es quebrar los paisajes estéticos predeterminados por el marketing y el determinismo sexual.

 

De la sentencia judicial (presidencial) derivada del concierto no autorizado en la iglesia de Cristo Salvador, emergió la profanación de una atmósfera sacra; del vector político, el de verdadero peso para el autócrata, emergió un golpe en contra de él en plena campaña electoral. Imposible de permitir.

 

Las chicas ya pidieron perdón en cuanto a su irrupción al templo sagrado; aseguran que lo hicieron para mostrar su inconformidad por el apoyo que la iglesia ortodoxa brindó al entonces candidato Putin. No importa. En la KGB no existe la palabra perdón. Lo importante es la dulce venganza. Tal vez sea ésta la causa por la que el propio Putin pidió piedad a los jueces (piedad a sí mismo en una pieza teatral magnánima).

 

Los autócratas como Putin piensan en el daño que les puede ocasionar el levantamiento de la masa y no en los “leves” efectos producidos en pequeñas y, sobre todo, alternativas manifestaciones. En su momento, Pussy Riot no representó un dolor de muelas para el candidato Putin. Sin embargo, su reacción iracunda fue conducida por su chip de la KGB. Seis meses después, Pussy Riot es conocido a nivel global. Las peticiones para convertirse en el cuarto miembro de Pussy Riot van desde el ex oligarca preso Jodorkovski hasta la chica que desea hacerse publicidad a toda costa como lo es Madonna, pasando por Sting, Red Hot Chili Peppers y Jarvis Cocker (Pulp).

 

La diplomacia del mainstream pronto convertirá a Pussy Riot en el grupo con más descargas en iTunes. Putin bajará todas sus piezas, incluyendo, por supuesto el éxito Santa madre de Dios, echa a Putin.

 

fausto.pretelin@24-horas.mx | @faustopretelin

 

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