Muchos tenemos la tradición o costumbre de sentarnos por la tarde, cuando la semana laboral nos da unas horas de tranquilidad, tal vez llegado el fin de semana, a ver una serie de TV. Buscamos lo nuevo, lo que nos recomendaron, de lo que se está hablando en las noticias, en la escuela, en el trabajo. La serie que no nos podemos perder.

No sé ustedes, pero a mí me pasa que me siento a ver algo y, una vez que me involucro, ya no puedo parar. Al menos unas cuatro o cinco horas seguidas veo cuantos capítulos pueda. Y si es una serie con varias temporadas me llego a enganchar varios días hasta que la acabo de ver completa. Casi como si fuera una misión que necesita terminarse, algo hay en la manera de contar esas historias que nuestra mente no nos deja quedarnos con la duda de lo que va a pasar con el malo, si la chava se queda con el otro, si el otro logra ganarle al primero, y así. Y cuando esa pasión la puedes compartir con alguien, un amigo, pareja, papá, mamá, hijo, etc. Aún mejor. Se convierte en una actividad colectiva en la que tu cómplice y tú “saben” y hablan de algo que los demás no entienden, o sí, pero opinan diferente y se arman acaloradas y “muy serias” discusiones al respecto.

Pero qué hay detrás de esa necesidad tan humana de mirar las aventuras y destinos de otras personas, ficticias o no.

Por qué nuestro cerebro se involucra de tal manera. Es simple escape, o catarsis, distracción, pasatiempo; por qué darle tal importancia a estos eventos que están, en la mayoría de los casos, completamente desconectados de nosotros mismos en la realidad.

Algunos científicos han estudiado que nuestro cerebro, al ver TV, se va activando en diferentes zonas. Al parecer, mientras más zonas del cerebro se activen el contenido “controla” por decirlo de alguna manera, más porcentaje de nuestro cerebro y nos sentimos más involucrados. Las partes emocionales, los pensamientos, las reflexiones o sentimientos, las predicciones y pronósticos que creamos sobre la historia, son elementos que, al parecer son fundamentales para generar esa sensación adictiva. 

Las series o películas que activan más regiones del cerebro son más populares, llegan a una audiencia mayor, y son más exitosas.

En estos estudios se determinó que, por ejemplo, las películas de Alfred Hitchcock activaban más secciones del cerebro que algunas de Sergio Leone. Ambos son genios, y gustos a parte (porque yo soy fan absoluto de ambos), el maestro del suspenso tiene muchos más adeptos que el maestro del Spaghetti Western.

Tradicionalmente al terminar una película o serie que pretende ser comercial, los estudios o productores suelen convocar a un focus group. Una proyección de prueba en la que un público más o menos diverso es expuesto, como conejillos de indias, a ver la película y al final dan su opinión. Con base en esas opiniones se han cortado y masacrado cualquier cantidad de obras maestras. Sin embargo, es posible que, en algún momento no muy lejano, estos juicios públicos al trabajo de los cineastas ya no sean necesarios, y por medio de algoritmos e inteligencia artificial, big data; e incluso desde el guion, sepamos y podamos diseñar las respuestas cerebrales que nuestra audiencia tendrá a lo largo de la historia. Podamos manipular y controlar, dosificar y cuantificar de manera científica el impacto químico que determinada serie de TV o película tendrán en el público.

¿Será?


@pabloaura