Nada de lo que haga la administración de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, queda fuera de un acto de precampaña.

El presidente Andrés Manuel López Obrador decidió que ella es su favorita para que juegue a la sucesión presidencial adelantada y aunque no tiene ninguna garantía de ser realmente la ungida, sí es la más visible de esa maniobra.

Los resultados electorales en la capital del país en las pasadas elecciones, que demostraron que es mentira el dominio de la 4T en la Ciudad de México, desataron la más descarada operación político-electoral de la que se tenga memoria bajo ese manto de impunidad que garantiza de manera tan evidente la figura presidencial.

El propio López Obrador lo acepta, el acceso a la información marca la diferencia entre los ciudadanos que entienden la dimensión de los malos tiempos actuales y los que solo ejercitan su libre derecho a la fe en su líder.

La embestida en contra de la prensa y la libertad de cátedra en las universidades es una muestra de ese disgusto presidencial por la prevalencia de los libres pensadores.

Poner tan pronto en la mira a la supuesta heredera tiene la ventaja para el movimiento presidencial de acaparar la conversación de la sucesión presidencial. Ha logrado posicionar en la opinión pública que Sheinbaum es la abanderada oficial y otros como Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal serían los candidatos de oposición.

Así, la 4T no ha logrado reponer el monopolio energético, pero ya consiguió reinstituir el monopolio electoral del que gozaba el viejo PRI por allá de los años setenta.

Lo malo es que la exposición de su corcholata se magnifica y deja al descubierto toda acción o decisión que tome ella o su Gobierno. Desde la impunidad de la que goza cualquier funcionario de la actual administración capitalina por la tragedia del derrumbe de la Línea 12 del Metro, hasta su evidente carencia de ese carisma que derrocha López Obrador.

Pero también se evidencia como un laboratorio de las decisiones que eventualmente pueden afectar a todo el país, por ejemplo, en el terreno fiscal.

Muchos estados, en pleno ejercicio de su soberanía, decidieron eliminar la tenencia después de la decisión del expresidente Felipe Calderón de eliminar este cobro a nivel federal. El Gobierno de la Ciudad de México no solo cobra altas tasas de este impuesto, sino que busca presionar a las entidades vecinas para que lo hagan. Ahí, delinea una de sus primeras políticas públicas.

También el Gobierno de la Ciudad de México deja ver que es partidario de los impuestos al éxito. Esos que en lugar de impulsar el desarrollo de las actividades económicas que triunfan, busca afectarlas con la creación de nuevas contribuciones.

La propuesta del Gobierno de Claudia Sheinbaum de cobrar un impuesto adicional del 2% a las empresas de reparto y paquetería, porque “hacen uso de la infraestructura de la ciudad” (como los ambulantes y los manifestantes) y porque “las ganancias se van al extranjero”, es un golpe a la recuperación económica que solo se quiere colgar de una actividad impulsada por la pandemia.

Así, no solo afecta a miles de personas en la capital, sino que manda un mensaje innecesariamente adelantado de lo que pueden esperar en el resto del país.

@campossuarez