Cuando los gobernantes enfrentan problemas verdaderamente graves, como los que tenemos hoy, su alternativa favorita es evadir la realidad.
Y qué mejor forma de evadir la realidad que identificar nuevos enemigos y problemas, distraer a la opinión pública y no ver mermado su más divino tesoro: su popularidad.
La popularidad, ese indicador maldito que da y que quita poder. Santo Grial de la política. Es también el cáncer de la democracia, se deja de gobernar para el bien común y se actúa en función del reconocimiento público. La dádiva por encima de la política pública.
Para los gobernantes carismáticos es una droga poderosa, con la que pueden manipular masas -y movimientos- para sustituir al Estado por el líder. Las causas del movimiento por encima de la ley.
La popularidad es hoy una pandemia política presente en casi todo el mundo. En Estados Unidos, el presidente Biden, que ha tenido un muy mediocre desempeño, va a tener en el mes de noviembre unas elecciones intermedias que se ven muy cuesta arriba. A falta de resultados tangibles, ya tiene las causas para impulsar su popularidad: revivir a Rusia como el enemigo de su política exterior y, en lo referente a su política interior, Biden dio un giro radical a su discurso unionista y reconciliador, y se fue con todo contra el presidente Trump y los republicanos. Si eso va a profundizar aún más la división entre los estadounidenses ya no importa. Todo sea por impulsar su popularidad y apuntalar sus votos.
En México, la situación es diferente pero tal vez más grave. Tenemos un Presidente que ha construido -y sostenido- su popularidad destruyendo sin descanso todas las instituciones del Estado mexicano que puedan obstaculizar su proyecto totalitario. Es verdad que, hasta el momento, mantiene su objetivo de aprobación popular, pero cada vez enfrenta más oposición, y llama la atención, la que se está generando desde su Gobierno y su movimiento.
López Obrador tendrá su consulta popular “light”, pero ciertamente no a modo. Desde hoy sabe que no logrará un resultado que la haga vinculatoria, apuesta a cacarear su popularidad. Su problema será cuántos mexicanos al final saldrán a votar. Morena será el pagano de esta aventura.
Morena no ha sido capaz de sacar ni una sola de las seis candidaturas para gobernador de este año sin polémicas y denuncias de fraude, el costo será significativo. De unas elecciones en las que parecían no tener contrincante, tendremos ahora unas elecciones competidas, con una oposición -ciertamente fragmentada- que va dando muestras de poder competir en condiciones tan adversas.
Por su lado, Ricardo Monreal dice que nunca va a enfrentar a AMLO –lo hace todos los días– y que va a estar en la boleta presidencial sí o sí. Ha logrado poner en el imaginario colectivo la posibilidad de ver dividido al movimiento. Hay un número muy significativo de votantes de Morena desilusionados, señalados y empobrecidos que podrían ver en Monreal una alternativa de centro izquierda. Si Monreal logra mantener la moderación discursiva y controla a su insaciable familia podría tener alguna esperanza.
La inflación y el empobrecimiento de la población es innegable, pero AMLO persiste en negar esta realidad que terminará por explotarle en la cara, y nada mina más la popularidad que el hambre. Al tiempo.
Su ambición por controlarlo todo y a todos ha convertido a AMLO en un gobernante altamente inepto, que día a día va creando más problemas de los que es capaz de solucionar. Tiene cada vez más similitudes con el casi centenario Luis Echeverría; la popularidad y el culto a la personalidad como emblema.
Ebrard, esperando su momento.
@Pancho_Graue