Para entender los recurrentes chascos y decepciones de la selección mexicana en el Estadio Azteca habría que hacer una lista de razones en la que al final, y de ninguna forma antes, se incluyera lo poco que incomoda la afición tricolor a los rivales.
Listado que iniciaría inequívocamente por el déficit futbolístico propio; después podría detallarse la capacidad de los equipos de la región para pararse bien defensivamente y cerrar los caminos a su portería (de ninguna forma es lo mismo que una mejora generalizada en Concacaf); sin duda, más adelante también se mencionaría que esa altitud de la Ciudad de México que antaño sofocaba a quien nos visitaba, hoy empieza por sofocar a los jugadores vestidos de verde y habituados en Europa a otro nivel respecto al mar.
Por poner un paralelo a lo que el Tri vive, por ejemplo, al recibir a Jamaica, Panamá o El Salvador en el Azteca. Las diferencias en presupuesto y estructuras de la selección alemana respecto a Georgia o Finlandia son similares. Y cuando estos dos representativos visitan Múnich o Berlín en un cotejo eliminatorio, los germanos no apelan a comenzar imponiéndose gracias a la rispidez y hostilidad de su público, sino haciendo lo que es evidente que hacen mucho mejor que el contrincante: jugar futbol.
Otra cosa es que desde hace un buen rato existe un rompimiento de la afición mexicana no sólo con su once nacional sino con la realidad. Una afición renuente a reparar en la historia (en seis hexagonales premundialistas disputados, nos hemos complicado en tres a límites tan peligrosos como bochornosos) y empecinada en que lo normal es golear a quien sea que venga (atento recordatorio: rumbo a Francia 1998 ya cedimos dos empates en casa; rumbo a Corea-Japón 2002 nos derrotó a domicilio Costa Rica; rumbo a Brasil 2014 totalizamos apenas 6 de 15 puntos en ese hogar que de ninguna forma es un fortín; rumbo a Rusia 2018 el que nos empató en nuestro terruño fue Estados Unidos).
Así que lo primero indispensable es ubicarnos. El hecho de que históricamente apenas hayamos fracasado en la clasificación para tres Mundiales (Italia 1934, Alemania Federal 1974 y España 1982), no puede ocultar que llevamos un tiempo padeciendo demasiado para obtener el dichoso boleto.
Dicho lo anterior tras las declaraciones de Héctor Herrera para W Radio: “Siento que en México no somos así, que hagamos sentir al rival que está en México y que juega contra México. Siento que dicen que el Azteca es grande e impone, sí, impone y es muy bonito, pero el ambiente no es tan fuerte para que el rival diga ´estoy cagado’, por así decirlo. En ese aspecto podríamos ser más fuertes, es algo que yo veo o me gustaría ver en mi país, en mi estadio, sentir que la gente verdaderamente está metida”.
Metida, sí. Amedrentar al rival, no.
Quienes recurren a serenatas que privan de sueño al visitante, quienes incomodan el camino en autobús, quienes amenazan desde la llegada al aeropuerto, lo hacen porque buscan suplir así su falta de futbol. Lejos de eso, el Tri tendría que concentrarse en mostrar que tiene mucho más futbol, tal como las estructuras y los recursos lo establecen.
Twitter/albertolati