En España no causa ninguna sorpresa la reacción radical del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, quien ahora ha decidido poner “en pausa”, cualquier cosa que eso signifique, la relación bilateral.
En primer lugar, porque conocen y han seguido el avance del populismo tanto en América como en Europa, y saben de los alcances de esa forma de hacer política. Pero, sobre todo, porque en su propio país han sufrido las consecuencias de esa clase de políticos.
El expresidente del Gobierno español, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero fue, claramente, un populista que le salió caro a su país. Su derroche le costó a España una crisis que casi le cuesta seguir a Grecia al desfiladero.
Y también tienen la experiencia del ex socio del actual Gobierno socialista, el impresentable de Pablo Iglesias Turrión, quien llegó a ser vicepresidente segundo del Gobierno del actual presidente Pedro Sánchez.
Entre los hechos que hicieron de Iglesias una carga para el Gobierno de izquierda, está aquel escándalo por haber ocultado que era dueño de un chalet en el barrio madrileño de Galapagar, “una colonia fifí”, diría aquí la 4T, por el que pagó más de 15 millones de pesos.
El problema es que este populista se desgañitaba acusando a los conservadores de vivir en la opulencia, mientras que él era del pueblo trabajador, el pueblo bueno, que no necesitaba de lujos y derroches como los de arriba.
Así que, con ese contexto, en España les resulta mucho más sencillo dimensionar los exabruptos de un Gobierno populista que busca usar al reino como una escapatoria, en una estrategia de control de daños, cuando un Presidente como el mexicano ha sido despojado de su discurso de austeridad, honestidad y pobreza franciscana.
Poner “en pausa” las relaciones con España es algo que ahora está obligado a explicar el Gobierno mexicano. Primero, porque no existe esa figura diplomática y después porque ese país europeo acaba de dar el beneplácito al embajador propuesto por el propio presidente López Obrador.
España es el segundo país con más inversión extranjera directa en México, esa que crea empleos. No hay otro país europeo que destine más recursos para la inversión en este país y no puede ponerse en riesgo una relación comercial, financiera, cultural y de profunda amistad por un exabrupto improvisado en la mañanera.
Ahora, lo cierto es que hay una marcada ruta de radicalización del Gobierno Federal ante las evidencias de que se cae ese manto de pureza política que todavía le compran millones de los seguidores a López Obrador.
Los adversarios internos están muy bien marcados, pero ya muy desgastados en el discurso mañanero y los manuales de propaganda marcan la necesidad de un enemigo externo.
El principio propagandístico de la transfusión requiere avivar esos prejuicios de ser conquistados y pisoteados por los españoles para darle cohesión a sus huestes en contra del supuesto invasor.
Las declaraciones del presidente mexicano llegaron a los titulares de los medios en España, pero no causó una crisis diplomática en Madrid. Las angustias mayores son aquí, en México, por ese acelerado incremento de la radicalización de la 4T.
@campossuarez