Héctor Zagal

Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

El 21 de junio es el Día Mundial de la Selfie. ‘Selfie’ para quienes respetan el origen anglosajón del término; ‘Selfi’, para quienes visitan el Diccionario de la Real Academia Española con regularidad; ‘Selfish’, para quienes gustan de la ironía; ‘Autofoto’, para quien opta por avanzar al margen de las modas y hablar con más sílabas que el resto de las personas. Pero no importa el nombre; todos sabemos a qué nos referimos. Quienes nos movemos en la Internet y las redes sociales convivimos a diario con las ‘selfies’.

La primera ‘selfie’, al menos la primera de la que se tiene registro, fue tomada en los últimos meses de 1839. Fue un daguerrotipo realizado por Robert Cornelius (1809-1893), químico y fotógrafo amateur de Filadelfia. Cornelius usó luz natural en este daguerrotipo, por lo que se especula que pudo haberle tomado sólo cinco minutos conseguir inmortalizar su imagen y fama.

Pero hacer de nosotros mismos un objeto de contemplación no es nuevo. Pensemos en la popularidad que el autorretrato tuvo desde el siglo XV en Europa. De Jan van Eyck, a Durero, y de las intromisiones de la figura del artista en su obra, como Velázquez en “Las Meninas” y Van Gogh en “Autorretrato delante del caballete”, el autorretrato ha estado con nosotros desde hace ya varios siglos. ¿Antes a los pintores y artesanos no se les ocurrió retratarse a sí mismos? Dicen que durante alrededor del año 1300 a.C., hubo un escultor egipcio llamado Bek que esculpió un autorretrato suyo. Entonces el privilegio de inmortalizar la imagen propia pertenecía únicamente a los ricos y poderosos. ¿Otros artistas lo hicieron después? Probablemente sí. Sin embargo, sin los registros necesarios, no podemos asegurarlo del todo. Me parece, al menos, que intentar capturarse a uno mismo es una práctica buena (bonita) y barata.

Observarse a uno mismo, a nuestro cuerpo, es un ejercicio duro. La belleza siempre ha sido un valor importante a lo largo de la historia. Lo que ha cambiado es la expresión de ésta, la ubicación de su núcleo, pero los seres humanos siempre hemos perseguido la belleza del mundo y la propia. Mirarnos a través de reflejos, de trazos de carboncillo, de pinceladas, de una lente, puede enfrentarnos a una difícil pregunta “¿Soy bello? ¿Es agradable contemplarme?”.

Algunos tuvimos la suerte de poder trabajar desde casa durante la pandemia usando herramientas digitales como “Zoom”. Ver a tus colegas repartidos en rectángulos por toda una pantalla no es sustituto de la interacción presencial; las personas somos más que un busto flotante que se congela de vez en vez. Sin embargo, las reuniones virtuales por videollamada eran lo más cercano a platicar con una persona; uno puede ver sus gestos, su particular manera de fruncir el entrecejo antes de hablar o la sutil forma en tocan sus sienes cuando un pensamiento cruza su mente. Pero no sólo los otros estaban en nuestra pantalla. ¿Ustedes también se perdieron, aunque fuera un instante, en su propia imagen? Seguramente notamos cientos de detalles en los que nunca habíamos caído en cuenta: la forma y tamaño de nuestra nariz, la manera en la que la luz rebota en nuestra frente, el tic nervioso de relamerse los labios, etc. Al percatarnos de la imagen que estábamos dando, nos movíamos, cambiábamos el ángulo de la cámara, nos sentábamos derechos. Todo podía corregirse en tiempo real. Cosa que no pasa con una fotografía. Esto pensando en la fotografía original, no la retocada.

Lo que podemos hacer cuando no somos nuestros “mejores yo” en una fotografía es 1) borrarla y 2) repetirla. Así hasta obtener la ‘selfie’ perfecta o desistir e intentarlo después. ¿Por qué el esfuerzo? Cuando tomamos una fotografía y la subimos a nuestras redes sociales, estamos invitando a otros a ver lo que nosotros vemos. Cuando subimos una ‘selfie’ los estamos invitando a vernos como queremos ser vistos. “¿Es una mentira?”, podrían preguntarse algunas personas. Nosotros nos preguntamos: “¿Los anhelos son una mentira?” Nos parece que no. La ‘selfie’ perfecta es un trabajo de arte. Una fotografía espontánea terminando una sesión de yoga pudo haber tomado hasta media hora para lucir así. Lograr esa espontaneidad requiere ingenio y destreza. La ‘selfie’ es un proyecto, una ventana hacia nuestro yo ideal.

Para reflexionar: De las, dicen, 200 pinturas de Frida Kahlo –una de las más prolíficas pintoras de autorretratos– 55 son autorretratos. ¿Cuántas de las fotografías de sus Instagram son ‘selfies’?

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana