La nueva y penúltima entrega de la “saga” Twilight (Crepúsculo: Amanecer) se mantiene fiel a sus principios fundacionales: la satanización a cualquier cosa que huela a sexo, la promoción de la abstinencia como única vía de convivencia sexual, la virginidad como valor máximo y ahora, se suma una cuarta: la negativa total hacia la práctica del aborto, no importando que el feto en cuestión sea –literalmente- un pequeño engendro del demonio.
Luego de tres filmes donde la protagonista luchó a viento y marea por frenar sus instintos sexuales contra el hermoso y pálido Edward Cullen (Robert Pattinson), Bella Swan (la por siempre inexpresiva Kristen Stewart) finalmente le dice adiós a su virginidad, no sin antes, claro, casarse con su vampirito fosforescente en una ceremonia donde, por cierto, no se entiende quién los casa (¿a poco un cura católico podría oficiar una misa para casar a un semimuerto con una humana?).
No obstante el feliz casorio, Bella no puede quitar su cara de angustia por lo que supone vendrá en la luna de miel. Cullen, en su condición de vampiro, resulta ser poco menos que un tornado en la cama, su fuerza sobrehumana literalmente quiebra el catre donde la joven pareja finalmente se permite entregarse a las artes del amor; todo ello en una escena que es perfectamente inocua, exenta de toda desnudez.
El novio resulta ser un semental increíble y Bella queda embarazada… ¡en menos de tres horas! Así nomás, el vientre de la desafortunada adolescente empieza a crecer mientras que su salud comienza a deteriorarse. ¿Acaso el bebé que lleva en su vientre es un engendro del infierno, como Cullen mismo?
Obvio, ni a Bella ni a Cullen se les ocurre ir a su clínica del IMSS más cercana para pedir un aborto y salvar así a la pobre madre del demonio; ¡imposible!, los vampiros de esta película son antiaborto y por ello defienden toda clase de vida, incluso la inhumana.
Con un poco más de oficio cinematográfico que las cintas anteriores (la escena del parto es efectiva por ser tan cercana al cine de terror) Twilight mantiene el espíritu propio de las telenovelas clásicas: una trama que se alarga artificialmente por cerca de dos insufribles horas mientras el siempre acartonado elenco de actores (es un decir) recitan los que probablemente sean los peores diálogos en la historia del cine.
Pero el elemento que más intriga sigue siendo esa moralina subyacente que insiste en la negación (y satanización) sistemática de la sexualidad. Twiligh es un juego de doble moral: por un lado presume a sus hombres descamisados y buenones, para luego seguir machacando con su discurso pro-abstinencia. Twilight o la genial impostura: véanlos, admírenlos, pero no los toquen antes del matrimonio.
Pero en fin, tampoco se podía esperar mucho de esta saga toda vez que su propia creadora (la escritora Stephenie Mayer), alguna vez admitió nunca haber leído el Drácula original: “es que me dan miedo esas cosas”.
Twilight Saga: Breaking Dawn (Dir. Bill Condon, 2011)
1 de 5 estrellas.
Guión: Melissa Rosenberg, Producción: Bill Bannerman, Fotografía: Guillermo Navarro, Edición: Virginia Katz. Con: Kristen Stewart, Robert Pattinson, Taylor Lautner, entre otros.