Mientras que Enrique Peña Nieto insiste en que no habrá vuelta al sistema político corrupto que ha caracterizado al PRI, las páginas de la prensa nacional -plagadas de esquelas de felicitación al presidente electo por parte de cámaras empresariales, sindicatos, gremios profesionales, empresas y gobiernos locales- dejan entrever que aquella vieja cultura de pleitesías y componendas político-empresariales para mantener el “statu quo”, sigue latiendo. El dinosaurio no ha muerto.

 

Qué tanta distancia puede, o quiere, tener Peña Nieto respecto de las viejas prácticas del PRI, es la gran interrogante a responder.

 

Hace unos días Ricardo Monreal, ahora diputado por el Movimiento Ciudadano, llamó la atención sobre la relación entre la “nueva” dirigencia del PRI y el gobernador del Banco de México. Monreal demandó al gobernador Agustín Carstens por presuntas alteraciones de documentos financieros a favor de la campaña de Peña Nieto. Más allá de la suerte que corra esta denuncia, la sola exhibición pública de que el gobernador del banco central habría hecho “trabajo sucio” a favor de la campaña del ahora presidente electo, resquebraja la confianza en las decisiones de la Junta de Gobierno del banco central. Un torpedo directo a la línea de flotación de la confianza de una institución clave.

 

El pasado domingo Juan Pardinas apuntaba con toda oportunidad en Reforma que “cualquier intento de erosionar o comprometer su independencia será una inyección de vitaminas para el antepasado de la iguana. La arquitectura de estas instituciones (se refiere al Banco de México, a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y al IFE) se diseñó y edificó bajo el mandato de presidentes emanados de las filas del PRI. Sin embargo, este partido ha mantenido una disposición ambivalente y esquizofrénica frente a los esfuerzos de modernizar a México”.

 

Por eso es pertinente la pregunta sobre el grado de independencia que tendrá la Junta de Gobierno del banco central respecto del Poder Ejecutivo en momentos en que se avecinan tormentas financieras externas. Como bien dice Pardinas, el dinosaurio seguirá fortaleciéndose en la medida en que se comprometa la independencia del banco central.

 

No se trata de eliminar las legítimas simpatías y coincidencias que puede tener cualquier miembro de la Junta con un gobierno o funcionario del Ejecutivo en particular, pero sí de señalar cuando se compromete una decisión por razones de lealtades políticas y de ganancias personales que destruyen la confianza institucional.

 

Durante su mandato, Enrique Peña Nieto designará a cuatro de los cinco miembros de la Junta de Gobierno del Banco de México, con lo que renovará por completo al máximo órgano que rige al banco central autónomo. En esas decisiones se dejará ver si el dinosaurio se ha fortalecido o no.

 

Las señales llegarán muy pronto. El próximo 31 de diciembre el subgobernador José Sidaoui -quien es un claro contrapeso al gobernador Carstens- concluye su periodo y Peña Nieto deberá decidir entre su ratificación por un nuevo periodo, o su cambio.

 

La mejor señal de que efectivamente el presidente Peña Nieto quiere matar al dinosaurio, reforzar la autonomía del Banco de México y alejar las sospechas que han crecido últimamente, será cuidando los necesarios equilibrios y contrapesos al interior de la Junta de Gobierno del banco central. De otro modo, el dinosaurio se habrá fortalecido.

 

samuel@arenapublica.com | @SamuelGarciaCOM | www.samuelgarcia.com

 

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