Con el nombramiento de Leticia Ramírez Amaya como nueva secretaria de Educación, el presidente Andrés Manuel López Obrador aplicó su máxima: 90% de lealtad, 10% de capacidad.
El nombramiento de la excoordinadora de Atención Ciudadana de la Presidencia en sustitución de Delfina Gómez define exactamente lo que le importa la educación a este Gobierno.
Ramírez Amaya sí es maestra, pero eso no basta para pensar que pueda dirigir a la SEP ni mucho menos establecer, crear, gestionar o promover programas que saquen del atolladero a la educación, sobre todo básica y media.
La flamante funcionaria ha estado desligada de la docencia desde hace 20 años y sus cargos recientes fueron políticos y/o administrativos.
Fue secretaria de organización de la Sección 9 del SNTE en la CDMX, que pasaría luego a manos de la CNTE en donde siguió desempeñando el mismo papel.
Se sumó al PRD en la Secretaría de Organización desde donde organizó las llamadas “Brigadas del Sol’’, que tenían las mismas funciones que hoy tienen los llamados “Siervos de la Nación’’.
No se le conocen luces sobre el tema educativo, ninguna; ni ha formado parte de los grupos ideológicos de la CNTE que por lo menos tienen una idea de lo que quieren en materia educativa.
Pero ha sido una fiel colaboradora de López Obrador, desde que el hoy Presidente fungió como jefe de Gobierno en el antiguo Distrito Federal, hoy CDMX.
¿Qué se puede esperar de la nueva funcionaria?
Nada en particular, que no sea obedecer órdenes.
El problema no solo es que manejará uno de los presupuestos multimillonarios del país, sino que no se ve por dónde -y no es misoginia-, puede proponer o aportar algunas ideas para evitar que la generación del Covid-19 sea una generación perdida en materia educativa.
Entre que la que se va quiso imponer un sistema “abierto’’ en el que no hubiera grados escolares ni evaluaciones personales y la que llega tiene más experiencia en la grilla política que en la docencia, estamos ligeramente jodidos.
Pero, la lealtad ante todo, incluso sobre el futuro de millones de niños y jóvenes.
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Todos quisiéramos tener los datos sobre delincuencia y crimen que tiene el presidente López Obrador para decir que en el país “vamos bien’’ y que “hay gobernabilidad’’.
Y es que, en contraste con el optimismo presidencial, la realidad demuestra todo lo contrario a lo que afirma.
Para el Presidente el fin de semana pasada “solo’’ fueron asesinados 186 personas; si existe una cifra mayor, se debe al amarillismo de la prensa que todo lo magnifica.
Incluso las imágenes de los incendios ocurridos en Zapopan, Irapuato, Celaya, San Francisco del Rincón, León, Ciudad Juárez, Tecate, Playas de Rosarito, Mexicali, Ensenada y Tijuana.
El Presidente ni siquiera fue empático con los ciudadanos que perdieron sus vehículos -que los seguros no pagarán porque se perdieron durante actos vandálicos que las pólizas no cubren-, o quienes perdieron su fuente de ingresos, como choferes o transportistas dueños de sus camiones.
¿El Gobierno les reparará el daño?
Porque al final de cuentas, después de los actos de terror del fin de semana, nadie se acuerda del infierno que pasaron las víctimas.
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La más reciente encuesta de la empresa Mendoza Blanco y Asociados (MEBA), otorga a la jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, una notable ventaja en la carrera por la candidatura presidencial de Morena.
A la pregunta: ¿a quién prefiere como candidato o candidata de Morena?”, 44.3% votó Sheinbaum, 22.6% por Marcelo Ebrard y solo 9.5% por Adán Augusto López Hernández.
En el balance general, Sheinbaum sigue teniendo mejor imagen que sus adversarios.
LEG