Y, de pronto, el cerco de tolerancia hacia la violencia nos ha sofocado. De tan pegados a nosotros sus bordes, ahí nos hemos enclaustrado.
Tanto, tantísimo, como para pretender normalizar o ver como asunto no tan grave que una panda de pseudoaficionados acuda a amedrentar a futbolistas a las afueras de sus campos de entrenamiento, dañando sus automóviles, lanzándoles huevos, gritándoles amenaza y media.
No, en eso no consiste ser seguidor de un club de futbol. En eso, más bien, consiste una vocación criminal que pretende obtener alguna extorsión de por medio.
Ya en el torneo pasado veíamos a los jugadores del Monterrey sosteniendo los más absurdos diálogos con fanáticos. Conversaciones destinadas a no llegar a nada, futbolistas arrinconados a explicar en un hilo de voz que sí corren, que sí aprietan la pierna, que de verdad prefieren ganar que perder.
Ser aficionado a un equipo de ninguna manera otorga esa prerrogativa. Sí, la de dejar de acudir al estadio, la de dejar de comprar uniformes, la de dejar de ser parte de cuanta dinámica organice el club. Similar, ir al estadio mas para abuchear o mostrar un alto grado de disconformidad.
Lo que se vivió el lunes en las instalaciones cruzazulinas de la Noria no puede ser. Y entre más nos desgastemos matizando o restando gravedad, más lo fomentaremos.
En una sociedad desbordada por la violencia y cada vez más incapacitada para aceptar al que parece distinto, desde el deporte no es posible que proyectemos eso. Como si no bastara el ya de por sí brutal choque constante entre aficiones rivales, ahora nos vamos habituando al choque entre aficionados y jugadores de una misma institución.
El Cruz Azul consumó una de las peores noches de su historia, tal como año y medio atrás exorcizó uno de los demonios más pesados que haya padecido con su coronación después de 23 años. En los dos casos, el deporte, como la vida, con sus altas y sus bajas. En algún momento fue producto de un espléndido trabajo, hoy lo es de una inercia fatal y autodestructiva, desprendiéndose de cuanto futbolista fue vital para conseguir el título de liga, planeando sin sentido, reflejando una cooperativa aun en más honda crisis que el plantel de futbol. Eso no modifica una letra a mi planteamiento: por mal que juegue, no puede ser normal que se acose a un deportista.
Recuerdo que días después de la espeluznante tarde de La Corregidora, con lo acontecido en el partido entre Querétaro y Atlas, el muy futbolero escritor Eduardo Sacheri me decía: “Siento que vengo desde el futuro en tanto que soy argentino, y vengo a decirles que si no detienen esto con firmeza terminarán como en mi país. Y que eso es horrible. Si no nos toleramos dentro del estadio, qué pasa si nos encontramos fuera del estadio, con camisetas de clubes rivales y cualquier jovencito se siente legitimado a manejarse de esa manera. Ya el héroe termina siendo el violento, el modelo termina siendo el violento, como si fueran estrellas del equipo, es espantoso, es lamentable, lo que puedo decirte. Ojalá que en unos años no venga de visita y me cuentes que ya pasa eso en México”.
Si seguimos por legitimar lo de la Noria, como meses atrás lo de Monterrey, nos acercaremos a ese futuro distópico que Sacheri nos señala desde Argentina.
@albertolati