El nacionalismo termina donde inician las declaraciones fiscales.

 

En política las casualidades son obras de la fantasía bélica, lo más realista en nuestros tiempos. Mientras que el presidente de Francia se presentaba frente a las cámaras del canal TF1 para pedir a los ciudadanos más sacrificios (porque lo que vendrá durante los próximos 24 meses será un conjunto de recortes en el gasto público y/o ajustes para incrementar la recaudación fiscal), el hombre dominante del sector de lujo francés, Bernard Arnault, tomaba la decisión de obtener la nacionalidad belga porque, precisamente, no desea hacer sacrificios por una bandera.

 

Sacrificio es algo más que una palabra de moda; se ha convertido en hashtag de la crisis global. Sacrificio pide Rajoy todos los viernes al anunciar nuevos recortes; sacrificio pide Pedro Passos Coelho al informar a los portugueses, que a partir del primer día de enero de 2013, su salario se reducirá; austeridad pide Monti; sacrificio pide Obama para su próximo gobierno (en caso de que gane las elecciones); Sacrificio es la canción preferida de Angela Merkel, y no es que se las cante a los alemanes sino a los griegos. Éstos, los griegos, ya no saben qué hacer cuando escuchan la palabra sacrificio. Le tienen miedo. Seguramente un programador desarrollará una aplicación para teléfonos celulares como sucede con la alerta sísmica. La aplicación les alertará sobre la inminente pronunciación, de alguno de sus políticos, de la palabra sacrificio. Ya sabemos, Arnault no quiere hacer sacrificios por los colores de la bandera.

 

El periódico Libération no tuvo empacho para exigirle a Arnault que se vaya de Francia. “Lárgate, rico pendejo” (Casse-toi, riche con!). En su portada, los editores del periódico jugaron con la frase, que el entonces presidente Sarkozy, le espetó a un señor a quien el propio presidente le extendió la mano para saludarlo. Después de que el ciudadano se negara, el inquieto Sarkozy le dijo Lárgate, pobre pendejo. Casse-toi, pauvre con!

 

En la portada del periódico, junto a Arnault aparece una maleta. No se sabe si es marca Louis Vuitton. Lo importante es la sonrisa del empresario.

 

François Hollande tendrá que cumplir una promesa de campaña que hizo temblar a la torre Eiffel: el impuesto millonario. El Estado cobrará el 75% de impuestos a aquellas personas que ganen más de un millón de euros anuales (180 millones de pesos). Arnault, entre algunos otros empresarios millonarios, no considera justo que el Estado le vaya a quitar ventas de productos como Sephora, Le Bon Marché, TAG Heuer, Bulgari, Donna karan, Loewe, Kenzo, Luois Vuitton y una cartera importante de champañas Moët Chandon y Hennessy, entre varias de sus marcas. Vender más de 23 mil millones anuales y pasar esa cantidad de dinero por el filtro fiscal, no es poco. Arnault atestiguaría que los dígitos más gordos se los quedaría el Estado y a él sólo le alcanzaría para pagar el mantenimiento de algunas de sus mansiones. Si Hollande mencionó ante las cámaras, que se encuentra en “una situación de combate”, todo parece indicar que los millonarios franceses le declararán la guerra.

 

Si la Unión Europea tuviera una política fiscal común, es probable que Arnault trasladara el color de su pasaporte al tricolor mexicano. Pero eso es imposible. Por lo pronto, el fisco belga ya le dio la bienvenida. Le promete que no habrá impuesto millonario.

 

Muchos pensaban que Hollande no contemporizaría las primeras decisiones de François Mitterrand en materia económica. Hollande lo hace. No estatiza a la banca pero sí estatiza ventas de Arnault.

 

Y sí, el nacionalismo termina cuando los requerimientos de Hacienda llegan a casa.

 

fausto.pretelin@24-horas.mx | @faustopretelin

 

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