Un gran hombre siempre está dispuesto a ser pequeño

Ralph Waldo Emerson

Hablemos de la poca importancia que tiene ser importante. Así que empecemos por desenmarañar todos los significados que le damos al término. Importar significa básicamente tener valor o ser de interés para alguien.

Así que cualquier cosa o persona puede importar. En ambos casos la importancia está determinada por las creencias sociales, con un sentido utilitarista que va de lo práctico al lujo, cuando se trata de bienes materiales; de estatus, alto o bajo, en el caso de las personas, y maniqueo, lo bueno y lo malo, en lo que a las creencias respecta.

Quizá podamos pensar que somos muy auténticos y diferentes, rebeldes y de contracultura, pero aun así lo que creemos de importancia parte de los convencionalismos, solo que elegimos contrapuntearlos.

La importancia, pues, es un concepto que solo tiene sentido en un contexto social. Incluso cuando hablamos de la de carácter personal. En este terreno, ser importante siempre involucra un estatus, es decir, una posición en la sociedad, conforme a los convencionalismos o, en la contracultura, contra ellos.

Dicha importancia no solo está determinada por nuestra época, cultura, región y estatus social, sino por la personalísima forma en que nos insertamos en todo ello. En eso sí somos únicos. Viviremos nuestra experiencia personal con similitudes respecto de nuestros semejantes, pero con particularidades que nos caracterizarán como individuos irrepetibles.

Hasta aquí bien. El problema se presenta cuando nuestro sentido de la propia importancia está basado en los cánones, expectativas y reglas fijadas por los demás, que son quienes deciden si les vamos o no a importar, porque entonces nos volvemos sus esclavos, les cedemos nuestro poder tratando de gustarles o disgustarles, es decir, hacernos a su modo o hacerlos a nuestro modo.

Pero si la importancia es un concepto que solo tiene significado social, lo que incluye por supuesto los aspectos familiar, de pareja y amistad, ¿cómo podemos ser importantes para nosotros mismos sin mirarnos con la lupa de lo que “debiéramos” ser, pensar o sentir? Es decir, sin que nuestro marco social, sus creencias, convenciones y expectativas sean el punto de referencia.

Pues no hay manera. El sentido de la propia importancia siempre está ligado a lo que poseemos o creemos que somos en sociedad, a nuestros bienes materiales o carencias, a nuestras creencias, haceres y decires, a lo que parecemos ser y a los grupos, religiones o sectores sociales a los que sentimos pertenecer.

No puedo ser importante para mí mismo sin contrapuntear mi valor frente al de los demás, sin creer que tengo la prioridad, porque de alguna manera valgo más que otros.

Aquello que importa, que para ser determinado requiere una valoración, depende en su mayor parte de nuestra subjetividad, y ésta de la forma en que nos relatamos, nuestra historia, de nuestro drama, que a su vez parte de percepciones distorsionadas, necesidades insatisfechas y heridas de infancia, que son al fin y al cabo los hilos con los cuales vamos tejiendo nuestras vidas, hasta que aprendemos a ir deshaciendo el tejido para corregir las partes defectuosas.

Por eso, tratar de ser importante es el origen de toda desigualdad social, de la pobreza, la violencia, la injusticia, el maltrato y en general todas las actitudes y conductas destructivas de la humanidad.

Tratar de ser importante, además, nos lleva a la infelicidad, nos agota y consume la energía vital, porque es tratar de cumplir las expectativas ajenas y propiciar situaciones para que alguien nos haga sentir que le importamos, para que nos reconozcan, o nos obedezcan, o nos sirvan, o simplemente se sometan de cualquier manera.

Por eso, el primer paso para amarnos a nosotros mismos es abandonar la competencia por ser importantes, y pensar en la importancia como el valor que le damos a las cosas sencillas de la vida que nos alegran el alma, y que dejamos de disfrutar para competir.

      @F_DeLasFuentes

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