El futbol es un deporte cruel: consiste en 90% de frustración y 10% de satisfacción… si tienes la suerte de estar con un equipo o una selección con posibilidades. No hay excepciones. Argentina no ha ganado un Mundial desde el 86. Italia lleva dos copas del mundo seguidas viendo los juegos desde casa y, Brasil, que ahora juega tan promisoriamente, no ha dado una en 20 años. “No dar una” significa: no ha ganado un Mundial, pero el que hizo en casa lo abandonó cuando Alemania le endosó siete.
La misma Alemania, esa aplanadora, la de aquello de que el futbol es un deporte en que juegan 11 contra 11 y ganan los alemanes o algo así, que lleva dos seguidas sin pasar de la fase de grupos. Francia ganó dos copas en 20 años, pero antes tuvo que esperar hartas décadas. Menos que España, claro, que dio cátedra en 2010, y ahora hizo un ridículo monumental: la dejó fuera Marruecos, un castigo justo a practicar el segundo futbol más aburrido del Mundial.
Lo que me lleva a nuestra selección: si España jugó el segundo futbol más aburrido del Mundial fue porque el más aburrido lo jugó la tricolor, que se fue a casa en la primera fase, luego de no sé cuántos años para recordarnos el calvario de ser aficionado mexicano.
México no juega el peor futbol del planeta. Ni de lejos. Vaya, ni siquiera jugó el peor del Mundial. Para eso está Qatar. Lo notable de nuestra selección es que ha conseguido lo que parece un oxímoron y casi una paradoja: llevar la mediocridad a niveles de excelencia.
México tiene cierta capacidad para defender en bloque y mantener el balón, un poco a lo español, pero con jugadores una rayita o dos o tres por debajo de los peninsulares y una incapacidad todavía más llamativa para anotar goles. Eso fue nuestro Mundial: un no estar.
Es increíble que hayan tenido el balón durante todo el partido contra Polonia y no se hayan ni acercado a preocupar a un equipo bastante tronco o que solo le hayan podido anotar dos a los saudíes, que estaban noqueados y que nomás no tienen con qué.
Lo de Argentina tampoco hay que hablarlo: hicimos lo posible para no perder, en un paroxismo de timoratez –¿otro oxímoron?–, y perdimos de la peor manera: sin épica. A los aficionados de otros países, un mensaje fraterno: esta mediocridad puede ser peor que cargar con un equipo plenamente malo, porque conduce a la fórmula perfecta: 100% de frustración.
Y sin embargo, ahí seguimos, esperando al siguiente fiasco. Ese es el misterio de este juego tan bonito, supongo. Para nada es consuelo.
@juliopatan09