El presidente español, Mariano Rajoy, se levantó el pasado miércoles con otra mala noticia. Las calles de Barcelona fueron tomadas por 1.5 millones de catalanes durante la conmemoración de la Diada, el día del orgullo catalán. El tema de la marcha fue uno solo: Independencia.
Mariano Rajoy se tuvo que haber llevado las manos a la cabeza. Cuatro semanas antes, el presidente catalán, en un estado de desesperación económica (requiere de 5 mil millones de euros para salir de gastos de corto plazo), le exigió a Rajoy una soberanía fiscal. Al presidente español le rechinaron los dientes. Pero desde el martes pasado, el tema de la independencia se suma al dolor de cabeza de Mariano Rajoy. La primera escena que uno imagina cuando se piensa en la independencia de Cataluña es el torneo de futbol. El clásico entre el Barcelona y el Real Madrid desaparecería. Ahora sí, a Mourinho se le dibujaría una sonrisa.
Quienes menos desearían la independencia de Cataluña son los madrilistas; los que siguen semana a semana las declaraciones de Cristiano Ronaldo y su tribu anti Messi. Si Cataluña decidiera separarse de España, la Liga BBVA se desmoronaría y el clásico del futbol pasaría a ser Real Madrid en contra del Getafe. Desde Cataluña, las cosas empeorarían, el equipo de Messi tendría que jugar el clásico en contra del Espanyol, un equipo que fue fundado por españolistas. La segunda mejor opción la pelearían entre Sabadell y Terrasa. Respecto a la Champions, el equipo culé tendría que esperar a que la solicitud, que en su momento tendría que elaborar el Estado catalán a la Unión Europea para ingresar a la zona, concluya con éxito.
Pero más allá del futbol se encuentra la realidad.
Para los catalanes, desde 1714, el 11 de septiembre es una fecha maldita. Por ello, lo sucedido en 2001 en Estados Unidos, medio ensombrece la conmemoración de la Dida, el día de la reivindicación catalanista. En aquél fatal año, Barcelona cayó en manos de las tropas borbónicas. Era la guerra de Sucesión española y los catalanes se quedaron sin Estado.
Ya casi han pasado 300 años del fatal día y las heridas no cicatrizan. Durante el franquismo las agresiones en contra de las libertades también alcanzaron a la cultura. El hostigamiento cultural en contra del idioma caricaturizó al dictador Francisco Franco, por no decir que lo enloqueció. Prohibir que un grupo que se vincula a una historia común no hable su idioma es un acto de amputación cultural. Treinta años después, el flamante presidente José María Aznar, llegó al poder sin la mayoría absoluta. Acto seguido tuvo que suplicarle al presidente catalán, Jordi Puyol, que lo arropara en la formación de Gobierno. Aznar quería ser presidente a pesar de los catalanes. No se olvida aquella frase burlona elaborada en el inconsciente del Partido Popular: “Puyol, enano, habla castellano”. Así recibían en Madrid al entonces longevo presidente. Pero Aznar, con tal de lograr el apoyo del partido Convergencia i Unión, realizó lo que sería una de las declaraciones más ridículas del año. Dijo que el idioma catalán lo habla en la intimidad. Las burlas no tardaron en llegar. El apologista del nacionalismo castizo declarando que hablaba el catalán. El mundo al revés.
Aznar se reeligió y ganó la mayoría absoluta. Así que se olvidó de los catalanes. Algo peor, realizó ingeniería política para arrinconar no sólo a los catalanes sino también a las autonomías rasposas, como la vasca por ejemplo. El resultado fue terrible. La soberbia de Aznar se disipó con los ataques terroristas en Atocha. Él insistió que los terroristas pertenecían a ETA. No fue así. En menos de 72 horas se desinfló su delfín, Mariano Rajoy. En las pantallas de los teléfonos celulares de los españoles aparecía la leyenda: Aznar miente, no fue ETA.
Lo más doloroso para Aznar más allá de la derrota de su partido, fue el ascenso histórico del partido separatista catalán Esquerra Republicana per Catalunya.
Finalmente, y en su tercer intento, Mariano Rajoy ganó la presidencia con relativa facilidad. La crisis económica mal administrada por Zapatero, y por momentos, con su torpeza incluida, dio como resultado que el Partido Popular obtuviera la mayoría absoluta en el Congreso.
Nueve meses después, la imagen de Rajoy ha caído súbitamente; su escaso liderazgo ha dejado de ser una duda. Le estalló en sus manos la quiebra técnica de Bankia, coparticipada por la importante Caja Madrid y administrada por cercanos al Partido Popular, en particular su presidente Rodrigo Rato, otrora ministro del flamante José María Aznar. Rajoy se peleó con el director del Banco Cantral y lo reventó. Su ministro progre, Alberto Ruíz Gallardón, amenaza con modificar la ley de aborto haciéndola más restrictiva que como la dejó Zapatero.
Algo inaudito, Rajoy retrasó la entrega de presupuestos generales por motivos electorales. En lugar de enviarlos al Congreso en marzo, lo hizo en julio, después de las elecciones en Andalucía. Los mercados no entendieron la decisión por lo que castigaron a España a través de la prima de riesgo.
A la Televisión Española, Rajoy la ha sometido a una especie de purga. Si Zapatero tuvo a bien legislar la decisión del nombramiento de la dirección de los canales públicos a través de un comité formado por diputados de todos los partidos, el gobierno del PP decidió echar a bajo tal decisión. Rajoy impuso a Julio Somoano, personaje afín al Partido Popular y lo que ello signifique.
Todo lo anterior Rajoy se lo pudo haber ahorrado si tomamos en cuenta que en pocos días pedirá oficialmente a la Unión Europea su rescate financiero. Cataluña ya lo hizo. Pidió a Rajoy su intervención estimada en 5 mil millones de euros para salir de los compromisos de gasto público en el corto plazo, incluyendo por ejemplo, el pago a personas que de dedican a cuidar enfermos. Su déficit anual rebasa los 16 mil millones de euros, es decir, por cada euro que el gobierno catalán recibe, debe 16. Adicionalmente, Cataluña aporta 700 mil desempleados a la cifra madre que se encuentra sobre los 5 millones de españoles. Artur Mas, el presidente catalán, le dijo a Rajoy hace un mes que la soberanía fiscal es necesaria para Cataluña por cuestiones de salubridad, es decir, de vida. La queja histórica de Cataluña es que, lo que pagan de impuestos los catalanes, una gran parte del dinero se queda en Madrid. Conflicto histórico en el que la clase política catalana (exceptuando al Partido Popular), tiene razón. La región vasca tiene un concierto presupuestal mucho más soberanista que Cataluña.
Lo que sucedió el martes pasado durante la conmemoración de la Diada, en Barcelona, le agregó un componente político al de por sí ya candente tema fiscal: la independencia.
Un millón y medio de catalanes tomaron las calles para enviar al presidente español un mensaje claro y contundente: Independència; Visca el Barca i visca Catalunya; Catalunya, nou Estat d’Europa; Espanya, país amic.
En el periódico La Vanguardia, el escritor Sergi Pàmies definió la situación de Cataluña con las siguientes palabras: “País de ficción con hechos reales (…) o país real con historia inventada.
Quien no jugó con las palabras fue el presidente catalán, Artur Mas al afirmar que “como en Europa, España del norte se ha cansado de la del sur”; una frase políticamente decepcionante por el elevado contenido discriminatorio. La estrategia de Mas es clara, estirar lo más que se pueda la liga de peticiones que en pocos días le hará a Rajoy para obtener lo que realmente desea: soberanía fiscal.
Rajoy , por si lo andaba buscando, tiene un problema más. Se llama independencia y se focaliza en el Camp Nou, sede de lo que Manuel Vázquez Montalbán llamó Ejército sin armas, es decir, el Barcelona.