Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)
¿Saben cuándo se tomó la primera fotografía de la Tierra desde el espacio exterior? Esto ocurrió un 24 de octubre de 1946. En esa fotografía se logró capturar la curvatura de la Tierra gracias a la cámara de 35 mm, instalada en un cohete V2, el cual fue lanzado desde White Sands Missile Range, una instalación militar situada en Nuevo México, Estados Unidos. La cámara fue depositada en una caja blindada instalada en el morro del cohete y fue recuperada unas horas después de que se estrellara al volver.
Este cohete V2 era un misil balístico desarrollado por la Alemania nazi a principios de la Segunda Guerra Mundial. Pero pasó de ser un arma de combate de largo alcance a ser un precursor de los cohetes desarrollados por los programas espaciales de Estados Unidos y la Unión Soviética.
Dejemos de lado los cohetes y la transformación de armas en medios de exploración y desarrollo científico. Concentrémonos en la fotografía. Supongamos que ésta no existe. ¿Estaríamos justificados para decir que la Tierra es esférica y que, si se le tomara una fotografía, se vería su curvatura? “Pues sí –podría contestar alguno–; basta con poner atención a los eclipses de luna.” Maravillosa respuesta, pero aún podría dudarse de ello. Supongamos que alguien le contesta “Eso no prueba que la Tierra es esférica. A lo mucho podría probar que es como una tortilla; circular, situada de manera vertical y respecto al sol y la luna, pero plana.” ¿Cómo, entonces, nos explicamos la noche y el día, o que las estrellas que vemos nosotros no son las mismas en otro punto del planeta? ¿Por qué cuando un barco se aleja hacia el horizonte parece desaparecer hacia abajo y no sólo se hace más pequeño? Si una persona tiene ganas de mantener la postura de una Tierra plana, podrá contestarnos cualquier cosa.
Lo interesante, en ambos casos, es qué tan justificados estamos para afirmar una postura o la otra.
Nosotros no hemos dejado la Tierra. No hemos visitado la estación espacial internacional ni hemos saludado a nuestros amigos desde la Luna. La verdad es que creemos que esa primera fotografía de la Tierra existe y que lo que vemos en ella es real. Pero no la tomamos nosotros. Tal fotografía se une a un conjunto de evidencias que afirman que la Tierra es esférica o redonda. ¿Estamos justificados para creer en ese conjunto de evidencias? Creemos que sí. ¿La razón? Creer tales afirmaciones nos parece una buena actitud epistémica. Pero podríamos aún cuestionarnos si esta creencia en la creencia está justificada. ¿Por qué afirmar esto o lo otro? Ambas posturas pueden ofrecer razones y cada una puede ser tan válida como la otra. O no. ¿Cómo saberlo? Quizá lo mejor sería suspender nuestro juicio; ni afirmar ni negar.
¿Han escuchado hablar del escepticismo? El próximo 20 de diciembre es el Día Mundial del Escepticismo…si pueden creerlo. La fecha conmemora la muerte del astrónomo y divulgador científico estadounidense Carl Sagan. Es recordado, además, por adherirse al escepticismo científico. Esta postura, en la práctica, cuestiona la veracidad de aquellas afirmaciones que carezcan de pruebas empíricas suficientes para probar que son verdaderas. Este es un escepticismo útil, práctico, con la finalidad de distinguir entre argumentos veraces y falaces en el ámbito científico. Hay un tipo de escepticismo más radical que estaría dispuesto a caer por un barranco por creer que nuestros sentidos sólo nos muestran apariencias, pero no la realidad.
Pirrón de Élide (c. 360-270 a.C.) aseguraba que nada es verdad y que los hombres actúan como actúan por convención o costumbre. Pirrón afirmaba algo un tanto complicado. Si nada es verdad, entonces hay, al menos, una verdad: “nada es verdad.” Aunque Pirrón y su doctrina suelen ser señaladas como una negación de la verdad y del conocimiento de la verdad, tendríamos que añadir ciertos matices. Pirrón no afirmaba. Punto. Pirrón abogaba por la incertidumbre como la mejor y actitud que uno puede tener ante el mundo porque tanto los sentidos como los juicios pueden engañarnos. Dicen que sus seguidores constantemente tenían que salvarlo de caer en pozos, de ser atropellado y de enfrentarse a perros porque firmemente se decidía a no juzgar el mundo y, por tanto, no tomaba ninguna precaución. Bueno, alguna debió tomar porque parece que llegó a vivir 90 años.
El escepticismo de Pirrón consistía en no definir, en no afirmar, en considerar que nada era más verdadero, cierto, bueno o bello, que otra cosa. Además, consideraba que a todo razonamiento podía oponérsele otro igualmente válido. No es que Pirrón y sus seguidores no hablaran ni discutieran. De hecho, eran de los pensadores que más reflexionaban sobre los fundamentos de las diversas escuelas de pensamiento que florecieron en la antigua Grecia. Lo interesante es que no buscaban afirmar algo de manera dogmática, sino negar que las cosas que conocemos no son tal como nos aparecen porque, justamente, sólo parecen serlo. Es claro que pensamos y hablamos, decían, pero aquello que pensamos y hablamos no es tal como lo pensamos y hablamos.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal