Por algunos meses pensamos que el único obstáculo que le crecería a Barack Obama durante su carrera para la reelección sería el económico. El perfil del candidato republicano, con más defectos que virtudes, fue pensado y procesado ex profeso para atacar la zona más vulnerable de Obama. En pocas palabras, se requería de un candidato monotemático.
Mitt Romney lo es. Pero las circunstancias le han puesto un segundo obstáculo al presidente y candidato de Estados Unidos: el de la política exterior, y por ende, le ha abierto al Tea Party a través de Paul Ryan, un campo fértil de radicalismo al mejor estilo George W Bush, Robert Kagan y Dick Cheney, para atacar al supuesto hombre que llegó a la presidencia de Estados Unidos para, entre otros motivos, extender su mano amiga al mundo musulmán.
En épocas donde el efecto red viaja más rápido que la velocidad de la luz, un video zafio, de los millones que circulan por día en YouTube, se ha convertido en el mejor pretexto para azuzar al barroco y también zafio espíritu anti estadounidense incubado en el inconsciente de una parte importante de la demografía global, en especial entre los mil 200 millones de musulmanes (aunque México no canta mal las rancheras).
No hay mejor tema en una campaña electoral que la polémica, en particular la polémica del miedo. A miles de kilómetros de distancia, el fanatismo religioso y el oportunismo de sátrapas como lo son Bachar al Asad y Mahmud Ahmadineyad, alimentados por los sucesos en las embajadas de Estados Unidos en Libia y Egipto, entre una veintena de países, contribuirán a favor de la agenda de Mitt Romney.
El error de los políticos estadunidenses es pensar que el pragmatismo que ellos tienen es replicable en el mundo árabe. Obama no debería de pecar de inocencia. Uno de los primeros viajes que realizó como presidente fue a Egipto.
Lo recibió Hosni Mubarak, el sátrapa cuyo ciclo de vida útil para Estados Unidos se extendió por varias décadas gracias al dique que el sátrapa egipcio puso a la zona árabe por el bien de Israel.
La vida da vueltas. Desde que iniciaron los festejos anti estadunidenses en Egipto y Libia, la semana pasada, Bachar al Asad no duerme de alegría. Las matanzas en Alepo se extienden a terrenos inhóspitos para el ser humano; un mes antes, Kofie Annan aventó la toalla en la mediación entre Al Asad con los rebeldes. Hoy, el Consejo de Seguridad de la ONU se encuentra con las sillas vacías en relación al tema.
Ahora, el ingreso a escena de Hasan Nasralá, el líder del grupo terrorista Hezbolá, le arroja a Al Asad la posibilidad de recrudecer los ataques en Alepo, la ciudad financiera de Siria. Al menos, la atención que tuvo Siria hasta hace diez días por parte de Estados Unidos, era mayor de la que tiene ahora.
La clave de la trama político/religiosa, es decir, cultural, se encuentra en Egipto. El ascenso de los Hermanos Musulmanes al máximo nivel político de la zona árabe, vino a trastocar los objetivos de Estados Unidos en la zona.
Quien piense que Mohamed Morsi acudirá al foro de Davos como líder de la democracia global se equivoca; la purga militar que realizó hace algunos meses rompió la bicefalia que se formó en las cúpula gubernamental desde que salió Mubarak del gobierno.
Ahora, con Morsi, la zona se relaja a favor de las turbas anti estadunidenses.
Así encuentra Obama el nuevo mapa cultural. El pretexto fue un video cimentado en la ficción cuya ira despierta una realidad compleja para Obama.
Por su parte, a Mitt Romney le tienen que explicar con peras y manzanas lo que sucede allende a sus frontera. Sus escasas declaraciones sobre los ataques de Al Qaeda a las embajadas son tan ridículas como bochornosas.
Así es el azar. Le juega feo a Obama haciéndole crecer un obstáculo sorpresivo.
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