Por las calles del corazón de la Ciudad de México pasean entre risas y abrazos las parejas y grupos de amigos que salieron a festejar este Día del Amor y la Amistad.
Por aquí y allá saltan a la vista los globos o flores de un intenso rojo vivo que ofrecen los comercios del Centro Histórico, pero en realidad son pocos los despistados que compran de última hora un regalo para el ser amado.
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En el caos y la prisa de la capital del país, las parejas de enamorados son la excepción, pues entre miradas encandiladas y sonrisas, se desplazan tomados de la mano, a su propio ritmo.
Por la concurrida avenida de Madero, una joven ostenta orgullosa una margarita en la mano, mientras que con la otra lleva a quien se la regaló. Al abrirse paso entre la multitud, se encuentran con lo que parece un espejo del futuro: un matrimonio de adultos de la tercera edad que también, aunque más lento, caminan de la mano.
Más adelante, en la explanada de Bellas Artes, un muchacho avanza con dificultad, sudoroso bajo los rayos del sol, llevando a cuestas un oso de peluche blanco más grande que él, deseoso por reunirse pronto con su novia y liberarse de la carga.
Mientras tanto, sentados al borde de una de las tantas fuentes de la Alameda Central, dos adolescentes se contentan con abrazarse y observar el espectáculo de chorros intermitentes de agua.
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De igual manera, para unos novios es suficiente disfrutar de su tiempo juntos acostados en el pasto del parque, dormitando abrazados, ajenos al resto de gente.
Por su parte, en compañía de sus hijos, una mujer le regala una sonrisa radiante a su esposo, después de haber comprado elotes para todos, contenta probablemente por el detalle, cuyo valor no radica en lo absoluto en el costo monetario.
EAM