1. Su producto más exitoso es la cultura pop. Y si el ocio es el arte de la cotidianidad entonces Estados Unidos tiene mucho que ofrecer.
2. El embajador de Estados Unidos en Libia, Christopher Stevens, recibió los mejores comentarios entre los que lo conocieron, en particular, sobre la voluntad que tuvo para relacionarse con la cultura árabe. Paradójicamente, perdió la vida por la furia descontrolada de un grupo cultural que define a Estados Unidos como “Hijos de Satán”.
Una de las definiciones con menor grado de subjetividad de cultura nacional es la expresión que sobre de ella tienen los que conforman otra nación. Aunque parezca extraño, los clichés tienen la ventaja de sintetizar una larga lista de rasgos antropológicos. Caso contrario nos llevaría a deconstruir cada uno de ellos, para al final darnos cuenta de que es imposible definir a la cultura de una nación a través de la suma cualitativa de todas sus partes.
El problema de los clichés lo presentan los altamente probables sesgos que el desconocimiento aporta en el momento de describir a los habitantes de una nación. Esto es precisamente lo que le provocó la muerte al embajador Christopher Stevens. La turba atacó a una “nación” a través de su Embajador, y poco les importó la empatía que Stevens tuvo por su cultura. En pocas palabras, mataron al cliché.
3. Para descifrar el odio que despierta Estados Unidos en una porción considerable del mundo, quizá, lo mejor sea acudir a Noam Chomsky, un académico que quedó atrapado en el laberinto de su tiempo, el de la sobreideologización. Fue estadunidense y su lucidez inagotable siempre la utilizó como una herramienta crítica a favor de su propio país, es decir, criticándolo.
El 21 de mayo de 2002, John Junkerman lo visitó en su cubículo del Instituto Tecnológico de Massachusetts para interrogarlo sobre lo ocurrido unos meses antes, para ser exacto, el 11 de septiembre de 2001, el día del odio. (La entrevista sirvió a Junkerman para grabar el documental titulado Poder y Terror -extractos del mismo se pueden encontrar en el libro La era Obama y otros escritos sobre el imperio de la fuerza, editorial Pasado&Presente-).
¿Cuál fue su reacción inicial? Pregunta Junckerman a lo que responde Chomsky: “(…) Pero reaccioné de forma muy similar a como reaccionó la gente en muchas partes del mundo. Una atrocidad terrible, sí, pero a menos que viviera usted en Europa o Estados Unidos o Japón, supongo, no era ninguna novedad. Esa es la forma en que las potencias imperiales han tratado al resto del mundo durante centenares de años”.
La respuesta de Chomsky hay que leerla dos veces para tratar de avizorar el odio extendido sobre Estados Unidos. Más allá de Europa, Japón y del propio Estados Unidos, “no era novedad” que la nación recibiera proyectiles en sus órganos semióticos como lo fueron las Torres Gemelas de Nueva York y como lo sigue siendo el Pentágono.
La sobre ideologización de Chomsky lo llevó a extraer de la nación el cliché que deriva de todo Imperio, su fuerza destructora.
Si por un momento eliminamos el componente de política exterior de Estados Unidos, para sumergirnos en su política interna, podríamos llegar a las palabras de Arianna Huffington, creadora de la página de internet que lleva como nombre el de su apellido y que agrupa a cientos de blogeros. En su libro Traición al sueño americano (Taurus) Huffington escribe: La política estadunidense está ciertamente fracturada, pero no porque nuestros líderes se devoren unos a otros, sino porque el principio democrático fundamental de un hombre, un voto, ha sido reemplazado por la aritmética de la política de los intereses particulares: miles de personas que trabajan para lobbies y billones de dólares equivalen a acceso e influencia más allá del control de los estadunidenses comunes y corrientes”.
Finalmente, llegamos al ocio, la mega industria estadunidense. Frédéric Martel realizó una investigación fundamental sobre las tendencias populares. En su libro Cultura Mainstream (Taurus) escribe: “Tal vez aquí, en el Grand Boulevard de Detroit, donde con la Motown se inventó la música pop. O quizás en Nueva York, con la discográfica de la competencia Atlantic, la de Ray Charles y Aretha Franklin. O bien en Hollywood, unos años antes, o más tarde en Nashville o en Miami. O bien con Frank Sinatra, los Beatles y los Beach Boys. Con otros negros, como James Brown, Stevie Wonder, Chic, Barry White, Donna Summer o Tina Turner. O bien con la década de 1980 con el nacimiento de MTV”.
Pero no sólo es la música, es Brad Pitt, Mad Men, los Acereros de Pittsburgh, la redimensión de la globalización como Facebook, Twitter y Google; la industria del divertimento en la comunicación, como lo es Apple, el mundo vegasiano (antes reconocidos como parques temáticos), el fast food, el café (Starbucks) cuyo ornamento esteticista inspira a blogueros a pasar horas hablando frente a una tableta o una lap, la Coca Cola como pasaporte de la felicidad, la capital de los dreamers y del Plan Marshall, los suburbios, Wall Street, las mansiones rodeadas de árboles y campos de golf, los multicines, las fábricas de la felicidad (centros comerciales) y American Express para quienes se atreven a soñar. La misión de Estados Unidos es vender experiencias; ser deseo en todo momento. Los brazos de su política exterior no los tiene ninguna otra nación; su armamento tampoco.
Qué decir de las empresas creativas, inclusive, de las pesadas: General Electric, AT&T, Ford o Wal Mart.
Entre las palabras de Chomsky, las de Huffington y las de Martel se encuentra el basamento del odio y del deseo que despierta Estados Unidos en medio mundo.
Por un lado, los afganos como los iraquíes, se sienten expoliados, culturalmente, por el hegemón (visión Chomsky); los europeos resienten la crisis económica porque saben que detrás de la crisis hipotecaria estadunidense se encuentran las manos de los lobbies (visión Huffington) y, finalmente, queda la visión Matel, a través de la cultura mainstream.
Tzvetan Todorov escribió hace algunos años sobre el comportamiento bipolar en culturas que no sienten simpatía por Estados Unidos. En particular Todorov habló sobre la bipolaridad china. En varias ocasiones, jóvenes han salido a las calles para manifestar su repudio por la política estadunidense, sin embargo, esa posición crítica no les impide vestir la camiseta de los Yankees o de los Vaqueros de Dallas. En efecto, Todorov se refirió a éste fenómeno como transcultura. Característica vital para la globalización.
4. Sin la existencia de un proceso transcultural simétrico no será posible la alianza entre civilizaciones. Para ello, lo primero que tendría que mostrar Estados Unidos, es un compromiso por romper su etnocentrismo. Esa visión de un mundo conformado por cientos de mundos donde el diálogo entre naciones siempre tiene que ser asimétrico, es decir, discrecional.
Obama representó una oportunidad, sin embargo, no generó lazos empáticos con América Latina. De Romney no se espera absolutamente nada sobre el tema.