El equipo de campaña de Delfina Gómez le recomendó no asistir a los debates cuya realización había aceptado el 5 de abril pasado.

Las razones son más que obvias.

La maestra, como le dicen en Palacio Nacional, es bastante limitada para el argumento, para la confrontación de ideas, incluso para el ataque documentado.

Su discurso, si es que puede llamarse así, repite el mismo patrón que el de otros candidatos a gobernadores: todo es culpa de los corruptos gobiernos del PRI y el PAN.

“El pueblo ya se cansó’’ y otras frases convertidas en muletillas desde el púlpito mañanero.

Un estado con la importancia política y económica como el de México debería dar para un discurso más estructurado, mejor informado.

Los debates sirven, más allá de conocer una parte de la personalidad de los contendientes, para conocer su visión de Gobierno.

¿Qué propuestas tienen para resolver los problemas más urgentes? ¿Qué harán para tratar de frenar la delincuencia desatada en la entidad? ¿Ese es el principal problema que sus equipos detectaron? ¿Qué harán para dotar de servicios a miles de comunidades marginadas?

Hay una cantidad interminable de problemas por resolver, pero en lo que va de las campañas poco se sabe de las ofertas no solo de Delfina Gómez sino también de la candidata aliancista, Alejandra del Moral.

Puede ser un problema de las estrategias de comunicación o la administración de los tiempos de la propia campaña.

Los debates condensan esas propuestas que se lanzan en el día a día y que por alguna razón desconocida no tienen la misma publicidad que las frases entronas o la adjetivación del rival.

En el equipo de la morenista consideran que no debe arriesgarse a debatir porque aún conserva una ventaja nada despreciable sobre del Moral.

Pero mientras la candidata de la oposición luce entrona, la de Morena se escuda en el pretexto de papel de su “agenda’’.

Ningún evento proselitista debería estar por encima de un debate del que está pendiente, sin exagerar, el mundo político de todo el país.

Ni hablar.

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Como decía el comercial de los años ochenta, ojo, mucho ojo, a lo que podría pasar en la UNAM en los próximos días.

Ya se sabe que la casa de estudios no es la preferida del Gobierno de la 4T, especialmente del presidente López Obrador, quien en diversas ocasiones y por distintos métodos -desde la descalificación abierta en las mañaneras a las autoridades hasta intentos de “legisladores’’ por meterle mano a la autonomía universitaria- ha tratado de “domesticar’’ al puma.

No lo ha logrado en buena medida porque el rector Enrique Graue no se ha dejado intimidar -por cierto, ayer recibió un amplio reconocimiento por parte de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México, que preside Jorge Jiménez Alcaraz por su gestión al frente de la UNAM-, pero eso no significa que haya desistido.

En los próximos días habrá una marcha de “alumnos’’, del Metro CU a la Rectoría, para protestar por el regreso de Lorenzo Córdova al Instituto de Ciencias Jurídicas.

La marcha servirá de pretexto para todo y no es descartable que se entremezclen provocadores para tratar de incendiar, literalmente, la casa de estudios.

Ojo.

LEG