¿Estará listo Andrés Manuel López Obrador para desdibujarse ante la realidad de que en menos de tres meses tendrá a su propio candidato presidencial?

Por supuesto que no. Por eso, la condición número uno para jugar es que quien le quiera suceder tendrá que ser el coordinador de la “Defensa de la Cuarta Transformación”.

Eso es mucho más que una forma eufemística de violar la ley electoral es hacerle saber a todos que quien quiera ser el ungido tendrá una única misión: mantener al pie de la letra el proyecto de López Obrador.

Se mantiene como válido recordar que la Constitución marca que el actual Presidente deberá dejar el poder el último día de septiembre del 2024.

Es un hecho que se aplicarán las encuestas con las empresas que convengan los participantes, es un hecho que habrá reportes de ciudadanos que confirmarán que alguien se acercó a preguntarles su preferencia y es evidente que todo el manejo de los resultados se mantendrá en secreto total.

Porque realmente hay pocos que dudan que por más consultas que se hagan, por más que pudieran ser miles de ciudadanos los encuestados, hay una sola consulta que será la que cuente.

¿De qué sirve pues que se adelanten tanto los tiempos, que demuestren que hoy en día no hay autoridad electoral que valga, si uno solo es el que decide?

De entrada, no hay propaganda que sobre para un movimiento que no tiene empacho en usar recursos para ello. Y de paso, da oportunidad al gran elector de ver en acción a sus dos o tres posibles ungidos en un piso más parejo.

Aun con la consigna de no moverle ni una coma al plan de Gobierno transexenal de López Obrador, el Presidente sabe que la falta de su habilidad política, tan evidente en sus corcholatas, tiene que suplirse con otras destrezas que pueden ser negociadoras o autoritarias.

No pueden perderse de vista al menos dos episodios que acompañaron a esta precampaña adelantada a un par de corcholatas durante el pasado fin de semana.

La “colaboración” de la fiscalía de la Ciudad de México para que la Guardia Nacional detuviera a una jueza amparada y mandarla a las fauces del gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, en un acto de ilegalidad y autoritarismo.

Y del otro lado, ver como el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, compró el discurso impulsado por la Cancillería mexicana de reclamar al Congreso de aquel país por no impedir que lleguen las armas de alto poder a las organizaciones criminales de nuestro país.

Dos hechos que involucran a dos aspirantes presidenciales de Morena, pero con cargas políticas diferentes que seguro no escapan a los ojos presidenciales.

Puede haber alguna corcholata que pueda ser el zombi perfecto para ser la fachada de un nuevo Maximato, pero si no tiene habilidades políticas suficientes, podría perder toda maniobra política para poder gobernar.

Algo tenemos claro, dentro de las opciones que tiene López Obrador la falta de carisma es más que evidente. Así que su elección tendrá que ser entre quien sea capaz de negociar o alguien que opte por una vía todavía más autoritaria.

 

    @campossuarez