Obama no parecía el Obama de hace cuatro años; la crisis económica no sabe ni de frescura ni de histrionismo. La noche del debate nos permite reflexionar sobre las viejas estrategias de comunicación política que ya dieron lo que tenían que dar. El debate fue tan aburrido que lo mejor para los televidentes que zapean a elevadas velocidades durante el prime time, hubiera sido que Obama y Romney interrumpieran su intercambio de cifras para avisarnos que el debate se trasladaría a las canchas de Twitter. Obama intentó salvar la noche con la historia de su abuelita mientras que Romney reveló su gusto por Plaza Sésamo cuando los personajes no se hacían en China. Así de bueno estuvo el debate.
El debate en tiempos de híper debates resultó ser un fiasco. Los tóxicos verbales que circulan por las redes sociales desde hace ya algunos años, habían elevado el listón de la admiración, que sobre el debate entre Obama y Romney, esperamos los televidentes. En pocas palabras, todos pensamos que el sabor del debate sería espectacular.
La naturaleza de los debates es la anarquía del espectáculo. El de Diego Fernández de Cevallos frente a Zedillo y Cárdenas hace 18 años, resultó mucho más espectacular que el de Obama y Romney por la ausencia de referentes y por los epítetos que la real academia de la lengua del Jefe Diego tenía en archivo muerto. Hoy, todos debatimos nuestra existencia nula en los grandes aparadores de Facebook y Twitter. Palabras más, palabras menos, todos decimos lo mismo con diferente humor. Es la gran hazaña de las redes sociales, nos han convertido en seres aburridos y previsibles pero aún así, pasamos por innovadores y simpáticos; por creativos y elocuentes.
Que dos políticos de Hollywood pasen por economistas para ajustar sus datos a una curva econométrica, no es poca cosa. Romney no se cansa de decir que lleva un cuarto de siglo haciendo negocios y que le parece injusto que 47% de la población se la pase extendiendo la mano todo el tiempo. Su comportamiento forzadamente populachón también lo ajusta a la curva de las campañas electorales, es decir, al populismo desaforado. Así nos lo demostró el martes pasado cuando ingresó al restaurante mexicano Chipotle, en el corazón de Denver, para revertir su mal humor con los hispanos. Dicen que desde que se maquilló a la mexicana (moreno) durante una entrevista para el canal Univisión, Romney no deja de tararear las rancheras.
Cosa rara. El maestro de la transmodernidad, Barack Obama, olvidó que los escenarios electorales del siglo XXI son espacios donde la estética se regodea con tan sólo un pequeño gramaje de histrionismo por parte de los protagonistas. Pero Obama abusó la noche del debate. Pensó que con el número de seguidores de su cuenta de Twitter ganaría. El crédito que otorgan los miles de seguidores es benévolo para los ídolos tuiteros pero tampoco con él se obtienen milagros. A Obama se le veía triste y cansado a pesar de sus sonrisas; no conectó con el mundo de los fans, ese grupo de irracionales que se alimenta de caras y gestos de sus ídolos. Es decir, a Obama le fallaron los múltiples lenguajes simultáneos al que nos tiene acostumbrados; con la mano izquierda le habla a YouTube, con la derecha a Facebook, con su mirada a Twitter y con sus palabras a Fox News. La noche del miércoles le quiso hablar de amor a Michelle en cadena nacional y terminó rociado por cifras macroeconómicas alarmantes.
Lo mejor para los televidentes que zapean a elevadas velocidades durante el prime time, hubiera sido que Obama y Romney interrumpieran su intercambio de cifras para avisarnos que el debate se trasladaría a las canchas de Twitter. En 140 caracteres se hubiera decidido al ganador de la noche. No era necesaria una letra más.
Pero la verdadera ganadora del debate fue la abuelita de Obama, fallecida unas horas antes de que su nieto se mudara a la Casa Blanca, fue tema sentimental cuatro años después. Sin embargo, los decibeles emocionales no lograron romper la tensión de los televidentes que apenas se encontraban acomodándose en el sillón, cuando de repente escucharon a Obama hablar sobre su aniversario de bodas. En efecto, el mensaje importante de Obama lo dijo, sin carácter, en 140 caracteres fonéticos. Pero Obama no lloró y el rating se mojó. El presidente se imaginó que después de haber narrado su storytelling la audiencia lo vería como un ser humano en el 100% de las acepciones; que los bohemios descorcharían desde casa las mejores botellas espumantes para brindar por el feliz matrimonio; y que le arrancaría una lágrima a la pantalla (científicos de las teleaudiencias aseguran que por cada lágrima bien mojada de un actor se pueden obtener dos puntos de rating, y en épocas de crisis económicas, hasta tres puntos). Otra cosa sucedió después, cuando la realidad económica vociferada por Romney provocó resequedad en las gargantas demócratas.
El debate se incentiva a través de las redes sociales. De ahí lo extraño de que no lo hagan algunos binomios conocidos: Mariano Rajoy con el presidente catalán Artur Mas; Bachar al Asad con Erdogan; Putin con las integrantes de Pussy Riot; Morsi y clan fanático de los Hermanos Musulmanes con asociaciones feministas; Evo Morales con Sebastián Piñera; López Obrador con Peña; Chávez con Capriles; Cristina Kirchner con Mariano Rajoy; Mahmud Ahmadineyad con Obama; Assange con David Cameron. Un paso adelante de los debates se encuentra la excitación por la confrontación, o si se prefiere, la excitación del zapping exige que Kristen Stewart debata con Robert Pattinson, en cadena global, sobre la metamorfosis del cuerno (infidelidad en tiempos canallas). Crepúsculo saltó de la pantalla del cine al consultorio del observador social; el experto en resolución de problemas familiares les recomendó a los chicos paciencia, ternura, sabiduría y camas separadas. Lo mismo sucede con la presión oclocrática sobre la actriz Emma Watson para que estelarice en las pantallas del cine, el Nobel del Morbo, Cincuenta sombras de Gray.
Concluyó la época en la que los políticos eran adiestrados por figuras del media training. “Que bueno que me preguntas sobre el tema de la pobreza, precisamente tengo la solución al problema”. Aplausos pero corte.
Toma 2: Abuelita entra en acción. “En efecto, mi abuela no tuvo el medicare porque el presidente Bush dejó las arcas vacías”. Corte. No aplica.
Toma 3: Romney en Plaza Sésamo: “Adoro a Elmo pero si es fabricado en China lo siento, no me interesa”. Perfecto. Usted tiene que poner un ejemplo donde combine el nacionalismo con la creación de empleos. Lo hizo bien. No se le vaya a olvidar.
Toma 4: Personaje del mercado reclamando al candidato que no le alcanza para comprar las cebollas. “La semana pasada, recorrí una sucursal de Wal Mart en Ohio y una señora se me acercó para decirme que su esposo no tiene trabajo desde hace tres meses; me dijo que ya no le alcanza para comprar papas”. Corte y queda.
La época del post marketing político requiere de la arquitectura de tácticas sorpresivas. Por ejemplo: “En su cuenta de Twitter, usted ha mostrado desprecio hacia sus seguidores, tengo las pruebas de que misteriosos algoritmos suplantan su identidad. Usted puede ir a la cárcel acusado de engaño premeditado con daños a la moral tuitera”.
Un segundo ejemplo podría ser llamado Tácticas anti piratas: “Usted ha mencionado el mismo ejemplo durante toda su campaña, inclusive, tengo pruebas de que usted no escribió su libro nauseabundo en el que incluye todas sus promesas. Así que lo demandaré por no ser creativo y por engañar al electorado”.
Finalmente, un candidato podría hacer una App (aplicación) para ser descargada por los interesados: cualquier duda se la resuelvo en mi App. Con un holograma creado por Cisco los venezolanos se hubieran ahorrado 14 años del gobierno chavista.
Así pues, del debate entre Romney y Obama nos quedamos con dos ideas: sí existe el candidato republicano a pesar de que sea monotemático y Obama aparenta haber gobernado durante ocho años.