Quizá no haya ninguna armonía entre ese cuerpo desmesurado y esa voz pausada y leve de tonos casi monacales. En algún momento al interlocutor se le desajustan las expectativas pues, al verlo venir con más de un metro 95 de estatura y 110 kilos de peso, uno se siente intimidado, pero al extender la mano de finos dedos, casi como los de un pianista, se abre en la cara redonda y de ojos muy pequeños y brillantes una sonrisa juvenil:
—Hola, soy Ernesto Gándara.
Hoy, ese político sonorense -pura coyota, machaca, “caguamanta” de Guaymas; sirloin y harina-, tiene en sus manos la Comisión de Trabajo de la Cámara de Senadores, en el momento más crítico de ese órgano legislativo en por lo menos los últimos 25 años: la revisión de la reforma laboral en cuya aprobación se juegan muchos elementos simbólicos, reales e imaginarios.
—Yo iba por otro lado, dice franco. A mí me interesaba lo relacionado con mis cosas; yo quería Recursos Hidráulicos; Agricultura. Me imaginaba Turismo, pero de repente, ¡zas! -dice mientras abre los brazos y coloca las manos en el regazo como quien escribe en una laptop de aire: me cae la del Trabajo.
—Y pues ni modo, a darle, y a darle bien. La cosa fue lo difícil de escoger alguien neutro, o neutral, pues. La Comisión no podía ser para un abogado de empresa ni tampoco para un líder sindical. Es una posición para conciliar.
Y Gándara sabe negociar. En su historia personal se acumulan cargos donde esa facilidad ha sido necesaria. Ha operado en la Presidencia de la República en Atención Ciudadana; en Hacienda en Coordinación con los Estados; ha sido delegado de Semarnat; fundó la organización Sonora en pie por la Democracia. A.C.; fue precandidato al gobierno del estado y presidente municipal de Hermosillo (después de 12 años de panismo) y ahora senador tras 18 años de perder el Senado.
—Tuve más votos como senador de los que logré como presidente municipal.
Y ese dato sería irrelevante si no existiera el antecedente de la hora más negra en la historia de Hermosillo: la tragedia de la guardería ABC. “Sí, eso nos marcó para toda la vida”. Pero esa es historia aparte y para otra ocasión.
Ahora lo importante está en el Senado, en el destino de la ley. Y no sólo por la ley misma sino por la primera prueba de la reforma política impulsada, casualmente, por otro sonorense (Manlio Fabio Beltrones) y la figura misma de la “iniciativa preferente”, cuyo sentido de atención rápida puede quedar en entredicho desde su primera aplicación: debut y despedida. No es para tanto.
Gándara mira con un extraño brillo en los pequeños y agudos ojos azules. Recuerda su camino. La taza de café a medio llenar. “Señorita”, dice. Y viene la jarra. Mientras él habla se puebla la mesa de junto, llegan Alejandro Encinas y Francisco Hernández Juárez, entre otros.
La reforma laboral ha sido aprobada por los diputados, pero ahora los senadores del PAN amagan con una alianza con el PRD para agregar asuntos de “transparencia sindical” y comportamiento interno de los trabajadores. No lo quiere el PRI. El PAN votó a favor del resto y del conjunto cuando los amarillos se salieron de la sesión de San Lázaro aquella famosa tarde del balcón de Murillo Karam.
—¿Cómo acabaron las cosas con Bours Castelo (ex gobernador de Sonora)?
—Pues no bien del todo, ¿verdad? Mira yo no tenía problemas con él. Había sido su secretario particular…
—Como Mutt y Jeff, le digo, mientras mentalmente me imagino al chaparrito Bours junto al gigantón Gándara.
—Ándale. Bueno, yo había tenido la Secretaría de Turismo, la particular. Todo iba bien hasta las precandidaturas. Le calentaron la cabeza, ¿cómo? Le dijeron que yo estaba mejor en las encuestas, que yo venía a México, que me aceleraba.
—¿Y no?
—Pues no; pero la intriga palaciega funcionó. Se la creyó y vino el choque. Pero por lo demás yo no tengo nada en su contra, al contrario, hay muchas razones para el agradecimiento. Pero hay momentos así en la política. Luego se olvida todo. Un día sí me molesté porque dijo en los medios de allá que si yo me movía, me iba a sentar. Y yo le dije: a mí desde mi padre, don César, nadie me sienta ni me levanta.
Y cuando lo dice, alguien se acerca a saludarlo. Se alza de la mesa y parece como el hombre montaña. Mutt y Jeff.
—¡Que me iba a sentar! ora sí…
En la costa de Sonora hay un pequeño trozo del paraíso. La pequeña bahía de Bacochibampo. No debe medir más de 500 metros de amplitud en su silenciosa extensión. Un espejo redondo donde las olas quizá midan 10 centímetros de altura. Sobre la playa, en tres o cuatro hectáreas, desparramado, un conjunto de búngalos de ese estilo de los años 40 llamado “colonial californiano”.
Ladrillos, tejas, muros blancos y lisos; ventanas de madera, pequeños prados, geranios. Enfrente, el roquedal de San Carlos, las tierras rojas y amarillas. El desierto y el mar. El cardo y la palma.
—Ese iba a ser un casino, cuenta Gándara. Mi papá se lo compró a los gringos del South Pacific. Diez años tardó en pagarlo.
Y a la playa llegaba don César, quien también fue presidente municipal de Hermosillo y secretario de Gobierno con Faustino Félix, muy temprano en la mañana, en un botecito de remos, para irnos a pescar.
—¿Quiénes han sido tus jefes, tus maestros en la política y la administración?
—No, pues muchos, pero mira. He trabajado en varias administraciones. Con De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox… ¿Maestros? Y amigos, ¿no? Emilio Gamboa, Andrés Massieu, Julia Carabias, José Ángel Gurría, Alfonso Durazo, el mismo Eduardo Bours. De todo.
—¿Y ahora?
—Pues ahora a sacar esto adelante. Luego ya veremos. A terminar lo que está pendiente.
—Lo que está pendiente es Sonora.
—Pues no sé, yo tengo 48 años de edad. Hay tiempo, ¿no?
Ernesto Gándara Camou
Es priista. Empezó a trabajar a los 23 años en Presidencia de la República.
Es abogado: estudió en la UNAM y en París II.
Ha trabajado para Semarnat, Hacienda y Turismo.
Fue alcalde de Hermosillo, de 2006 a 2009.
En 2009 ocurrió la tragedia de la guardería ABC.
Luchó por la gubernatura de Sonora en ese año.