Ninguna cosa humana merece gran ansiedad

Platón

Hablemos del mal más extendido sobre el planeta, tan viejo como la humanidad misma y tan novedoso como cada avance tecnológico: la ansiedad.

Por supuesto, la tecnología no es la causante, sino la forma en que la usamos. La inmediatez y la facilidad para conseguir información, prácticamente sin restricciones, expresar opiniones, comunicarnos con otros, adquirir bienes y servicios e incluso acceder a material legalmente prohibido, nos han dado fortalezas, pero también debilidades.

Entre otras cosas, hemos desarrollado un sentido de premura que se salta todos los filtros, porque la rapidez es lo que importa, ni la verdad ni la precisión ni la adecuación. Hemos perdido capacidad para solucionar problemas, creatividad e inventiva para mejorar nuestra vida cotidiana y aptitud social, pues nos aislamos de quienes nos rodean para relacionarnos virtualmente.

Y todo esto, además, depende de que tengamos señal de internet. Cuando ésta falla, la inmediatez y la facilidad desaparecen, lo que provoca un estado de “agitación, inquietud o zozobra de ánimo”, es decir, ansiedad, de acuerdo al Diccionario de la Lengua Española.

Sin esa inmediatez y esa facilidad que nos da la tecnología, perdemos, debido a nuestra dependencia, la factibilidad de resolver, comunicarnos, relacionarnos. El miedo a quedarse sin conexión se ha convertido en un síndrome, llamado nomofobia.

Atrás de la ansiedad, como de cualquiera de las emociones negativas o mezcla de ellas, hay miedo. A diferencia del punto de vista prevaleciente entre los especialistas, creo que cuando uno se siente ansioso no teme un peligro, porque éste podría ser identificable y, así, desechable, eludible o solucionable.

La ansiedad es un estado generalizado de profunda incomodidad, compuesto de sensaciones, emociones, sentimientos y una serie de síntomas físicos que lo hacen ambiguo y, por tanto, difícil de identificar. Lo padecemos y no lo vemos.

En términos generales, es miedo a perder el ilusorio control que creemos tener sobre nuestra vida, basado en la cotidianidad, en hábitos, rutinas y relaciones de diverso tipo, presenciales o virtuales.

Cualquier perturbación de esa cotidianidad traerá consigo una alerta que nos provocará estrés, mismo que nos estará indicando que hay algo que requiere ser resuelto, pero cuando no atendemos este mensaje, cuando nos resistimos y rechazamos internamente las advertencias y las nuevas circunstancias, aunque nuestra conducta esté aparentemente orientada a adecuarnos, sobrevendrá la ansiedad, que es un aviso de que no estamos respondiendo adaptativamente.

Si continuamos en esa situación, la ansiedad se convierte en una patología desadaptativa, es decir, nos aleja cada vez más de la posibilidad de adaptarnos y puede incluso aislarnos del mundo si implica el desarrollo de fobias, como siempre lo hace cuando ya es inmanejable sin psicoterapia.

Las fobias, entre otros beneficios –porque créame, los tienen– nos regresan la ilusión de control sobre nuestras vidas, sin embargo, por su carácter obsesivo-compulsivo, no hacen más que aumentar la ansiedad, o sea, la zozobra por miedo a que todo se descontrole cuando hay cambios, grandes o pequeños, en nuestra vida.

Cuando estamos fuera de nuestro elemento, es decir, de las situaciones y circunstancias en que acostumbramos sentirnos cómodos y en control, siempre habrá ansiedad. Tiene muchos síntomas físicos y mentales que nos pueden ayudar a detectarla, pero no son exclusivos de este estado de inquietud, de manera que podríamos confundirlo si no nos sentamos a sentirlo plenamente y solo queremos hacer un diagnóstico tomando distancia de nosotros mismos.

Porque la mente es así: podemos mantener encapsulado por años en nuestro interior aquello que consideramos inmanejable emocionalmente, realizando toda clase de “test” prefabricados para saber qué nos pasa, porque somos incapaces de afrontarlo.

Lo que la ansiedad requiere de nosotros es lo que cualquier otro trastorno: ser sentido y aceptado; posteriormente, identificado, detallado, comprendido, para ser tratado, preferentemente con ayuda, aunque no soy muy partidario de la que proviene de los fármacos, pues si deja usted de sentir ansiedad, qué es lo que va a tratar.

   @F_DeLasFuentes

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