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El victimismo se enseña
Tomy Lahren

En esta vida hay dos clases de víctimas, las circunstanciales y las consuetudinarias. Las primeras son reales; las segundas, producto de su propia imaginación. Estas últimas se dividen también en dos: las que creen serlo por la maldad de otros y las que culpan a la estupidez y la incompetencia ajena. Como ya habrá podido suponer, las víctimas consuetudinarias de las malas
intenciones de sus enemigos, pero sobre todo de sus seres queridos, juegan el rol de los indefensos y tienen el propósito de trasladar a otros sus responsabilidades y hacerlos codependientes.

Por otra parte, las víctimas cotidianas de la incompetencia y la estulticia ajena adoptan el rol de la superioridad y tienen la mala costumbre de hacer sentir incapaces y tontos a los demás, con propósito de hacerlos depositarios de todos los errores.

En ambos casos, hay una súplica oculta: ¡No me abandones!, estoy así por tu culpa y te necesito, en el caso de las víctimas constantes de la maldad; o, no me
dejes porque sin mí no puedes, me necesitas, cuando se trata de quienes son blanco de toda la estulticia ajena. El motivo oculto en los dos patrones es el sentimiento de insuficiencia propia. La
realidad es que se consideran incapaces de llevar o solo sobrellevar su vida por sí mismos. Uno es un controlador solapado, el otro abierto. Ambos manipuladores. Su actitud es conocida como victimismo. Todo mundo les da por lo menos una razón todos los días para lamentarse o para enojarse. Así pues, el victimismo es una actitud para conseguir lo que queremos, no la
simple queja por un daño recibido, menos si es esporádica.

Una actitud es una forma de responder ante la vida. Su primer ingrediente son nuestras emociones, pautadas por experiencias pasadas y, sobre todo, por la educación y la socialización. El victimismo, pues, se aprende a través del ejemplo. Copiamos las formas de desempeño psíquico y físico de nuestras figuras de autoridad o admiración, sin saber lo que estamos haciendo. Absorbemos de todo
como esponjas cuando somos niños, sin capacidad analítica ni crítica, y lo convertimos en normal, natural y correcto. Y, aun así, hay situaciones tan absurdas e incongruentes en la conducta de los
adultos encargados de guiar a los infantes, que hasta sus mentes no desarrolladas aún detectan con facilidad lo que está mal, mientras el incongruente, con todos sus años encima, no es consciente de lo que transmite.

La victimización es una de las conductas humanas más comunes y extendidas para manipular a otros y rehusarnos a tomar responsabilidades, sobre todo de las propias emociones y estados anímicos, que son los precursores de las conductas. Todos alguna vez hemos caído en el victimismo y muchos han vivido ahí hasta morirse.  Por supuesto, las víctimas consuetudinarias no se dan cuenta de su patrón mental. Es su zona de confort, el espacio psíquico donde saben manejarse a la perfección, aunque les cause sufrimiento. Que abandonen esta actitud para convertirse en adultos que se hagan
responsables de lo que sucede en su interior y de las consecuencias exteriores de ello dependerá de que el sufrimiento rebase la utilidad de su forma de manipulación, para que puedan iniciar un proceso, ciertamente doloroso, de autodescubrimiento: autoimagen, miedos, dolores ocultos, heridas, etc. En general, para que vean de sí mismos lo que no quieren ver. Puede no ser tan
grave para otros, pero a nivel personal se vuelve terrorífico.

La reproducción de las circunstancias que hacen víctima al victimista se deben al patrón de pensamiento negativo que lo caracteriza: prepara en su mente todo el escenario catastrófico, de tal manera que, invariablemente éste se dará, porque si no sucede como ya lo trazó, lo verá como si así hubiese sucedido. Y como siempre que no le ofrezco una solución para el problema, le doy un
indicio: recuerde que lo que le choca le checa.

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