Las palabras del presidente argentino Javier Milei en Madrid hace unos días resonaron fuertes, muy fuertes sobre el presidente del gobierno español Pedro Sánchez. Milei con esas frases extemporáneas, algo irreverente y esa falta de filtro, dijo que Begoña Gómez, la esposa de Pedro Sánchez, era una corrupta e infirió que parecía increíble que se marchara cinco días de descanso para ver si dejaba o no la presidencia del gobierno de España. De todos es sabido que Milei es un personaje peculiar. Esas patillas y el pelo desordenado le confieren una imagen retadora. El no querer utilizar ese tacto dialéctico le hace aún más particular. Todo ello hace de Javier Milei una persona que no deja a nadie indiferente.
Las palabras del presidente argentino que retumbaban en los oídos de los españoles tal vez sean reprobables desde el punto de vista de la forma. Es cierto que no se puede descalificar y menos cuando no estás en casa. Es como si a usted le invitan a casa de alguien más y, una vez allí, reprueba su comida.
Sin embargo, desde el punto de vista del fondo, media España aprobó las palabras de Milei. Se atrevió a decir lo que la mayoría calla y lo dijo sin tapujos, sin ambages, sin sentirse con dolor.
Entonces salió el ministro de exteriores español, José Manuel Álvarez, y se erigió en escudero del presidente, de sus compañeros ministros y del resto de los españoles. Que defienda a Pedro Sánchez y a sus compañeros es lo que se debe hacer, pero no tiene que defender al resto de los españoles. Ya nos defendemos solitos. Muchos de mis conciudadanos y yo mismo no nos sentimos agraviados con que Milei dijera que la mujer del presidente era una corrupta.
Deberían bajar los dos el tono. Deberían reflexionar de verdad por el bien de España y de Argentina; las inversiones comerciales en ambos países son mucho más importantes que las cuitas de dos leones heridos que quieren ganar dialécticamente una batalla.
@pelaez_alberto