Alexéi Vereshaguin está convencido de que pronto recibirá turistas en su hotel con vistas al lago de Priozersk, antigua ciudad secreta de Kazajistán que sueña con convertirse en destino de vacaciones, pese a su proximidad a sitios militares rusos.
A falta de inversores, Vereshaguin está renovando él mismo el establecimiento, incluyendo la instalación, una por una, de las ventanas de las 150 habitaciones. Una tarea titánica que probablemente llevará años.
El antiguo letrero en cirílico “Hotel Rusia” ya no cuelga en la fachada y ahora acumula polvo en el tejado junto a un inmenso retrato oxidado de Vladimir Lenin. “Quiero que haya un bonito hotel en el centro de la ciudad, como en la época soviética.
Así que lo estoy renovando, poco a poco”, explica este ex militar del Ejército Rojo, mientras muestra “la magnífica vista sobre el lago Baljash”, el más grande de esta ex república soviética de Asía Central.
Cuando esté terminado, los turistas podrán alojarse en él. Pero no siempre fue así.
Priozersk fue hasta 2008 una ciudad secreta, invisible en los mapas. El ciudadano corriente no debía saber nada de su existencia.
“Priozersk es el centro administrativo del sitio de ensayo de misiles de Sary-Shagan, alquilado por Rusia a Kazajistán”, explica Mansur Ajmetov, alcalde de esta ciudad de 15 mil habitantes situada en una zona desértica, la “Estepa del Hambre”.
Esta zona militar, en el centro del país, fue construida en 1956, en plena Guerra Fría, para proteger a la Unión Soviética de los ataques balísticos nucleares estadounidenses.
Las referencias a esta época están por todas partes en Priozersk, como copias a tamaño natural de radares o misiles tierra-aire S-75, en el centro y en la entrada de la ciudad, junto a decrépitos carteles que alaban la “gloria del escudo antimisiles de la patria”.
Algunos sitios repartidos por la árida estepa fueron abandonados y ahora son custodiados por Iván Sabitov.
Este civil kazajo vigila, junto a su perro, los silos de misiles vacíos, radares desmantelados y revestimientos de cohetes.
“Estas instalaciones soviéticas están destruidas, pero otras bases siguen activas”, explica Sabitov, de 61 años.