Fiel a su estilo, el presidente electo Enrique Peña Nieto ha amontonado expectativas por doquier, como si la campaña electoral siguiera un curso sin fin.
Sus giras de las últimas semanas por una decena de economías de América Latina y Europa fueron una caja de resonancia internacional de la agenda de reformas económicas que el priista se ha propuesto llevar a cabo a partir del 1 de diciembre cuando tome posesión del gobierno.
La agenda económica del nuevo gobierno es ambiciosa. Es la más ambiciosa desde que Carlos Salinas de Gortari llevó a cabo la mayor privatización de empresas públicas del país comenzando por la banca, la apertura de sectores clave de la economía con la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, y la puesta en marcha de un multimillonario programa gubernamental de desarrollo social a través de Solidaridad.
Ahora Peña Nieto pretende emular este camino con medidas económicas de gran calado que incluyen una reforma fiscal que simplifique el complejo entramado tributario actual y genere más recursos al tesoro público cambiando la estructura actual de recaudación, una reforma energética con mayor participación privada en las tareas de Pemex manteniendo el control estatal, una reforma que busca universalizar la seguridad social para abatir los altos niveles de informalidad y de pobreza entre la población, y diversas políticas para fortalecer la competencia de mercados en una economía con importantes sectores con alta concentración.
Esta agenda la repitió consistentemente en sus reuniones y discursos por Guatemala, Colombia, Brasil, Chile, Argentina, Perú, España, Gran Bretaña, Alemania y Francia sin agregar mayores detalles de cómo lo haría, sino simplemente “vendiendo” la importancia de llevarlas a cabo.
Tal y como lo diseñó para la campaña electoral por la gubernatura del Estado de México y después por la Presidencia de la República, en las últimas semanas Peña Nieto se dedicó a hacer lo que le ha dado resultados: sembrar altas expectativas entre sus interlocutores latinoamericanos y europeos como parte de su estrategia de posicionamiento personal y con el propósito de generar presiones adicionales en su propio partido y hacia los liderazgos de los partidos de oposición que le faciliten las negociaciones en los próximos meses.
Sin embargo, habrá que ver aún si la estrategia de “mercadotecnia” de Peña Nieto de vender expectativas da resultados, o incluso puede ser contraproducente para sus propósitos.
Ya el influyente Financial Times mostró sus reticencias a la ambiciosa agenda en un artículo que tituló “Not so fast on Peña Nieto reforms” (“No tan rápido con las reformas de Peña Nieto”), mientras que el diario español El País consignó la opinión de un empresario local que después de una reunión con Peña Nieto en Madrid, dijo: “Si logra llevar a cabo una décima parte del plan, México estará irreconocible en seis años”.
Y es que llevar a cabo esta agenda de reformas económicas de gran calado no será nada sencillo. El principal escollo son los intereses de las facciones de su propio partido y los compromisos que suscribió para llegar a la Presidencia.
O Peña Nieto da un fuerte golpe de autoridad para iniciar su gobierno, o apuesta a buscar consensos para implementar reformas de “lo política y convenientemente posible”. Esta última opción parece el camino elegido.
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