En el fragor de la contienda electoral estadounidense, la figura de Kamala Harris, actual candidata demócrata, es objeto de críticas centradas en su identidad y lealtad a Estados Unidos. Recientemente, J.D. Vance cuestionó la autenticidad de la demócrata como líder estadounidense, utilizando su estancia en Canadá como argumento.
Donald Trump, por su parte, continuó con acusaciones incendiarias que ponen en tela de juicio la identidad racial de la candidata, retomando una estrategia que utilizó en el pasado contra figuras de ascendencia diversa.
Es cierto que Harris pasó parte de su juventud en Montreal, Quebec, después de que su madre, Shyamala Gopalan, aceptara un trabajo en un hospital. En ese entonces tenía 12 años, y durante los cinco años que residió en Canadá, continuó manteniendo lazos con su país natal, viajando frecuentemente a California.
En su autobiografía, Harris describe este periodo de su vida como una época de añoranza. “A lo que no me acostumbré fue a sentirme nostálgica por mi país”, escribió, reflejando su persistente conexión emocional con su tierra natal.
Wanda Kagan, una amiga cercana de Harris durante su tiempo en Montreal, corroboró este sentimiento en una entrevista para el New York Times. Según Kagan, los estudiantes estadounidenses en la escuela mantenían firmemente su identidad nacional, incluso en medio de un contexto cultural diferente.
A pesar de su experiencia, la carrera política de Kamala Harris se desarrolló en gran medida fuera del radar canadiense, hasta que fue seleccionada como compañera de fórmula de Joe Biden en 2020. Desde entonces, mantuvo una postura discreta respecto a las relaciones entre Estados Unidos y Canadá.
El cuestionamiento de la identidad de Harris por parte de figuras republicanas pone de relieve una táctica recurrente en la política estadounidense: la explotación de elementos biográficos para deslegitimar al oponente. Sin embargo, la experiencia de Harris en Canadá no parece haber diluido su identidad.