Cuckoo (2024), el segundo largometraje del cineasta alemán Tilman Singer es —tanto o quizá más que Luz (2018), su ópera prima— muchas películas al mismo tiempo. Asimismo experimental, surreal, seductora, psicótica, opresiva y compleja.
El largo, protagonizado por Hunter Schafer y Dan Stevens, es un retrato sobre la inteligibilidad llevada al límite. Prescinde de recursos ornamentales para asirse por completo a sus predecesoras del género y propone –como apunté en mi primera impresión, misma que se ha acentuado con los días– adentrarse en lo más hondo de un relato perturbador, repleto de texturas, sangriento y por momentos abrumador, que se teje alrededor del control, las obsesiones y la preservación de las especies.
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Singer parece comprender y mostrar que no hay más normalidad en este mundo, y que la que hay es cada vez más inefable. Aprovechado de su ingenio, propone, sin inmutarse, una forma aún más inexplicable y, como apuntaba en un principio, experimental. Pero no es una casualidad. Resulta incluso natural cuando intentas contar la historia de una joven de 17 años, Gretchen (Hunter Schafer) que, al morir su madre, se ve obligada a ir a vivir con su padre a la (in)hospitalidad de los Alpes bávaros mientras este, de la mano de su esposa, tiene la encomienda de construir lo que parece ser un nuevo complejo turístico para Herr König (Dan Stevens), quien tiene una obsesión desproporcionada por Alma (Mila Lieu), la integrante más joven de la familia, una niña que no puede hablar, pero sí escuchar con somera atención.
En el andar siempre nuboso, se posan las fijaciones –dígase las de Singer sólo para no achacar la condición a toda la humanidad–. Nada parece estar bien en ningún momento. Todo el tiempo parecen estar palpitando las advertencias. Es un absoluto freak show que se sostiene gracias a la narración fragmentada, donde se observan esas relaciones algunas veces olvidadas que guardan los seres humanos y no humanos. Dibujo de un mundo caótico donde las apariciones (y las presencias) son parte del juego tramposo al que hemos sido invitados.
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Hay una cosa sumamente clara y por demás arriesgada: no necesitamos –y por ello Singer tampoco lo intenta– entender qué carajos está sucediendo en todo momento. Basta observar y escuchar con atención lo que sucede durante el espectáculo de conmoción. Para ello, es imprescindible entregarse a la rebeldía de Gretchen ante el control y la tiranía de König. Esa rebeldía salpicada de apatía adolescente se aúna al desencanto, la duda y, claro, el amor.
Entre todas las piezas de este juego de sinrazón y el escape hacia lo ilógico, somos todos no sólo personas en una sala de cine, sino asistentes en la primera fila del espectáculo freak y cucu al que convoca Singer. Por ello los diálogos, aunque se intercambian entre los protagonistas, parecen estar dirigidos, como advertencias, a nosotros mismos. Empero funciona, aunado a que todo es un completo descontrol, por la visceralidad, el innegable peligro y las irreparables emociones en que resulta la lucha de poderes y ese insistente control que intentan tener algunos sobre los cuerpos ajenos. En esto último, Singer deja en claro que, aún sin aparentes objetivos claros y visibles, acaso pecando de extrema singularidad, asimismo sin moralismos de aparador, es condenable por donde sea que se mire. Y que obsesionarse con ello puede, sugerentemente, terminar por destruirlo absolutamente todo.
Cuckoo fue traída a México gracias a Cine CANÍBAL. Puedes ver el tráiler a continuación: