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Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)

Siempre me ha llamado la atención que se festeje el Grito de Independencia, pero no la llegada del Ejército Trigarante. Ni siquiera se suele hablar del día siguiente, el 28 de septiembre, cuando se firmó la consumación de independencia del Imperio mexicano. Al parecer, nos gustan más las primeras piedras que las últimas.

Para los antiguos mexicanos, sin embargo, las cosas no eran así. El 27 de septiembre de 1821 fue una fecha eufórica para todos, sobre todo para la capital. Las principales calles de la ciudad se atiborraron de adornos y se colocó un arco triunfal en la calle San Francisco (hoy avenida Francisco I. Madero) para recibir a los más de 16 mil soldados del Ejército Trigarante. Esto, sin embargo, reveló algo evidente sobre el nuevo imperio: de “nuevo” no tenía mucho, pues sus costumbres estaban altamente arraigadas a las virreinales.

En efecto, era tradición virreinal instalar arcos triunfales cuando llegaba algún personaje notable o cuando se conmemoraba un evento magno. El origen de esta práctica, en realidad, se remonta a la antigua Roma. En aquel entonces se erigían arcos triunfales para recibir a los emperadores al concluir sus campañas. Eran verdaderos monumentos en donde se conjuntaban artes como la arquitectura, la pintura y la poesía.

Esta tradición se conservó en los países que alguna vez fueron parte del Imperio romano. España la practicó y de ahí llegó a la Nueva España. En Francia, por supuesto, es célebre el gran Arco del Triunfo, mandado a hacer por Napoleón en honor a sus victorias.  Irónicamente, nunca lo vio concluido.

En la Nueva España, los arcos se utilizaban para festividades específicas, por lo que tenían un carácter efímero. Su estructura se hacía con madera, se les colocaban lienzos para similar las columnas y luego se adornaban con esculturas y versos. Duraban algunas semanas en las principales avenidas de las ciudades y finalmente se retiraban.

El arco que recibió al Ejército Trigarante se colocó entre el Convento de San Francisco y la Casa de los Azulejos. Tenía dos entradas laterales para los peatones y una gran entrada en medio para el ejército. Además, la parte superior estaba adornada por algunas estatuas y por el escudo nacional en el centro.

La tradición de colocar arcos triunfales perduró mucho tiempo después. Maximiliano y Carlota también fueron recibidos así en Puebla y en la capital. Incluso durante el porfiriato se hizo una gran cantidad de arcos. El más recordado de todos es sin duda el que se instaló en la colonia Roma durante las fiestas del Centenario.  Fue un arco que por primera vez contó con iluminación eléctrica, por lo que fue la sensación porfirista.

¿Ustedes recuerdan alguno?

Sapere aude!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana