Geney Beltrán (Tamazula, 1976) con "Crónica de la lumbre" en la redacción de 24 HORAS.
Foto: Jonathan Sánchez. Geney Beltrán (Tamazula, 1976) con "Crónica de la lumbre" en la redacción de 24 HORAS.  

Pensar en las letras de Geney Beltrán (Tamazula, 1976) es pensar, naturalmente, en lo que escribió Esther Seligson. Esa amistad e intercambio profundo de pensamientos que compartieron durante los últimos años de vida de la también poeta se materializaron en detalles únicos de su literatura. 

Ella, por ejemplo, nombró Todo es polvo aquí, su último e indescifrable libro, de tal forma, por unos versos del escritor duranguense; él, por su parte, en Crónicas de la lumbre (Alfaguara), su más reciente novela, erigió una especie de homenaje hacia la figura de Esther, tan enigmática como inefable, asimismo luminosa y eterna. Pero también tomó los versos de Esther para nombrar sus capítulos. Una especie de agradecimiento sempiterno, inmortalizado en tinta y papel.

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Por esta última novela, que sucede a Adiós, Tomasa (2019), el también cuentista duranguense platicó con este diario para desvelar sus preocupaciones, las bondades y las trampas de la ficción, la complejidad del ser humano, la violencia y, por su puesto, lo que fue escribir esta novela.

Cuando empiezo a escribir un libro no tengo realmente claro si va a terminar siendo una novela de 400 páginas o un cuento ―aclara el autor ante la idea de decantarse por un género u otro a la hora de escribir—. Y aquí fueron tres historias, sobre todo, que yo traía en la cabeza, que desde hace tiempo yo quería desarrollar.

Fue entonces que todo ese pensar devino en Crónica de la lumbre, que asimismo resultó en “un cuadro de época de lo que fue la primera década del siglo XXI”, incluida la violencia que imperaba en esos años en el país. Sobre todo en el norte.

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Beltrán Félix piensa que los seres humanos “somos un amasijo de contradicciones”. El desarrollo de las relaciones interpersonales es uno de sus principales intereses, por ello considera que “ahí es donde realmente conocemos a las personas”. Alrededor de ese principio, aunado al trasfondo violento de la época Sinaloa, es que fueron construidos los personajes. Por ello son tan complejos, con severa profundidad.

El también autor de Cualquier cadáver tiene claro que pese a la violencia tan palpable e inamovible en que vivimos, la gente sigue haciendo su vida: “hay un influjo de la violencia en nuestra vida cotidiana, pero eso no imposibilita que tengamos una vida”. Esta última tiene que continuar, con todo y todo. 

COORDENADAS LITERARIAS

A Geney Beltrán le seducen las novelas por la evolución que pueden tener los personajes, pues “empiezan en una situación determinada, van ocurriendo ciertas cosas, pero no les ocurren sólo externamente, sino desde dentro y eso provoca que se mueva de un lugar (a otro), que tenga una transmutación, porque somos seres dinámicos, somos seres que estamos constantemente redefiniéndonos”.

Aunque la historia parece estar construida alrededor de la violencia, la muerte y las ausencias que produce la misma muerte, el autor refiere que le interesaba mostrar que, al lado de todo eso, “la vida tiene sus momentos de ternura, de amistad, de solidaridad, de cuidado. No es exclusivamente la visión fatalista de que estamos condenados a la debacle social”. 

“Yo creo que la ficción logra lo que la razón no”, concluye reflexivo: “Nosotros confiamos que los discursos racionales ya habrían educado a la humanidad, (…), pero las historias siguen siendo importantísimas, siguen siendo necesarias”.

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