El primer acto de corrupción que comete un funcionario público es aceptar un cargo para el que no está preparado. Si nos apegamos a este simple y llano pero, sobre todo, demoledor axioma, la gestión de la señora María del Rosario Piedra Ibarra al frente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), de 2019 a 2024, representa per se, un monumental acto de corrupción. Por lo tanto, apostar por su continuidad, como pretende hacerlo la aplanadora morenista en el Senado, es una total aberración. ¡Punto!
Piedra Ibarra no tiene la más mínima noción de lo que es la defensa y la protección de los derechos humanos y así lo ha demostrado a lo largo de sus cinco años al frente de la CNDH. Su llegada a este despacho se da por una especie de azar, por la cercanía que tuvieron el expresidente Andrés López Obrador y la legendaria activista social Rosario Ibarra de Piedra (1927-2022). El tabasqueño, por agradecimiento y reconocimiento a la madre, decidió premiar a la hija incorporándola en la nómina gubernamental bajo el principio del noventa por ciento de lealtad/diez por ciento de capacidad.
La CNDH, para aquellos que ya lo olvidaron, fue creada en 1990, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Su primer presidente fue Jorge Carpizo McGregor y su objetivo principal es (o, mejor dicho, era) promover y vigilar que las instituciones gubernamentales cumplieran con sus obligaciones de defender y respetar los derechos humanos. Sin embargo, a partir del sexenio obradorista, este organismo autónomo, debido a la filiación morenista de su titular, adulteró su vocación a grado tal que se convirtió en una muda y sumisa oficialía de partes del Gobierno, ensuciando así el legado de brillantes ombudsman como José Luis Soberanes (1999-2006), Luis Raúl González (2014-2019) y el mismo doctor Jorge Carpizo (1990-1993). Y ni qué decir de los grandes esfuerzos desplegados por don Luis Ortiz Monasterio, quien en 1989 puso los cimientos, desde la Secretaría de Gobernación, a través de la Dirección General de Derechos Humanos.
Tristemente, con Rosario Piedra la Comisión se ha ido hundiendo paulatinamente en la opacidad y la inoperancia. Y ambas circunstancias han sido establecidas de forma intencional y deliberada, pues la regiomontana recibió línea directa desde Palacio Nacional para debilitarla y restarle autonomía. Esta oficina prefirió darle la espalda a las víctimas al partidizar y politizar sus dinámicas.
Ahora, recargada en la simulación, la burocratización y el silencio, la CNDH ya no trabaja en favor de los violentados. Calla ante las madres buscadoras, los niños enfermos de cáncer, los desplazados por la violencia, los periodistas asesinados, los inmigrantes humillados, las minorías vulneradas… Y para colmo, lleva ya varios años operando con números rojos, lo que no ha sido impedimento para que su titular se haya embolsado casi 7 millones de pesos en estos cinco años por concepto de salarios y otras prestaciones.
Es por eso que Rosario Piedra Ibarra no debe ser ratificada para un segundo período al frente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
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